Yo no sé el por qué de las ilusiones, esas que se evaporan cuando comprendes que la pérdida es siempre el resultado de la medida de lo irreal, que basta parar en el camino para de nuevo estar en el centro de otro lugar, en ese "tu sitio" tan lejos de lo soñado, donde te encuentras contigo mismo y te das cuenta que no hay nada más allá.
Yo no sé de los designios de la humanidad, veo que su verdad se vicia en las creencias que acribillan la naturaleza de su hermandad, y al amor se le ha sumado un apellido que le resta esencia al actuar. Está devaluada la complicidad que diferencía el instinto animal del orgullo social. Y caemos en el insulto, ese que escupe el adulto y lo porta el niño en su orfandad ¿Cuántas almas vale un arma? Si tan solo las lágrimas pudieran devolver la vida y no ser la mortaja que baja por el rostro del impotente, al final.
La felicidad de alguien no vale la pena de otro, ningún ser humano por encima o debajo de otro; pero en el reino del egoista el aplauso del siervo es la miseria extendida.
Sé que un momento cuenta una vida, esa que entre un día perdido y una noche escondida narra la melodía de un milagro a manos del más ingenuo mortal; sé que la coincidencia del espacio y tiempo es la secuencia exacta de la conciencia que sacude y descubre el velo que cubre la intención más escondida de Dios; y que aquel sueño incumplido que descansa en la tumba del desconocido, es la gloria interna que aguerrida luchó por sus motivos y de alguna forma se portó en la faz del valiente vencido.
Sé que el pensamiento es tan inestable como una gota que pende de una hoja azotada por el viento, y entre lo que escribo y lo que leo, lo único que permance intacto es este sentimento de contrariedad.