Se colocó la capa, después el antifaz y se encendió otro cigarro de la risa. Ya estaba listo para salvar al mundo; solo le faltaba un nombre. Le gustaba spiderman, pero ya estaba cogido; quizá barman, por eso de haber sido camarero antes de conseguir sus súper poderes, pero la gente en lugar de pedirle ayuda le pediría una cerveza. Echó un vistazo a su uniforme en el espejo. Llevaba unas mallas verdes que había robado del tendedero de su vecina, la tía buena del segundo. Una camiseta de malla negra, una capa hecha de las cortinas del baño, un antifaz del cotillón de navidad de hacía dos años y unas zapatillas Converse all star azules a las que había puesto unas plataformas para parecer más alto. Más que un súper héroe parecía una drag queen. Buscó en su armario algo mejor que ponerse. Encontró una camiseta verde con el dibujo de una hoja de marihuana dorada; le hacía juego con las mallas, pero ahora parecía un moco. ¡El súper moco! Pensó, pero era un nombre ridículo. Entonces recordó que su madre tenía un tinte para la ropa que usaba cuando quería cambiar algunaprenda de color.Coció agua en una olla, metió la camiseta y el pantalón, echó un sobrecito que ponía“tinte negro”, con una cuchara de madera que encontró en la cocina lo removió un buen rato y lo dejo enfriar.Tras unos treinta minutos la saco del agua y la tendió en su habitación, dejando todo el suelo lleno de agua negra. Mientras se secaba bajo al chino de enfrente de su casa y compró un disfraz del Zorro,alegando que era para su sobrino, aunque hasta los chinos sabían que era hijo único y no tenía novia.Después de dar una vuelta por el barrio, subió a su casa. La ropa ya estaba seca. Se la probó. Aunque la ropa no se había teñido completamente, pues habían quedado pequeñas partes sin cubrir y la hoja de marihuana seguía manteniendo su color dorado, pero no le importó; de noche no se verían y solo pensaba actuar de noche. Se volvió a mirar en el espejo. Ahora sí que parecía un súper héroe. Se colocó el antifaz del Zorro, le quedaba un poco pequeño, pero hacia su cometido; taparle la cara; después se puso la capa. Al atársela se dio cuenta que le apretaba en el cuello y le quedaba por encima de la cintura. Agarró un cordón de unas zapatillas viejas y lo empalmo con la cuerda de la capa. Ya podía respirar bien.
Se puso a hacer posturitas frente al espejo como un culturista, aunque los músculos no eran algo que resaltasen en él. Eran más de las diez de la noche y estaba oscuro; esperaría un par de horas y saldría a la calle a salvar el planeta. Estaba nervioso, no paraba de dar vueltas por su habitación con la ropa aun puesta. Seguía sin encontrar su nombre y eso le desesperaba. Su madre llamó a la puerta para que fuese a cenar, pero dijo que no cenaría, que no tenía apetito. Dieron las doce en punto en el reloj de su mesilla. Era la hora de trabajar. No podía salir por la puerta, pues su madre podría darse cuenta y él quería permanecer en el anonimato. Saldría por la ventana y usaría el poder de aterrizar de pie, ya que volar no podía y no era porque no lo hubiese intentado; las costras de las rodillas certificaban que sí. Recordó que tenía un arma como cualquier súper héroe que se precie. El capitán América tiene su escudo, Thor su martillo y él, un látigo de cuero de tres puntas que había comprado en una sex shop. Se ató el látigo a forma de cinturón y se subió a la ventana; desde esta hasta el suelo habría unos cinco metros; para él era como saltar un escalón. Se subió a la ventana; se tiraría en plancha y terminaría haciendo un mortal para caer de pie. Saltó; cuando iba a comenzar a hacer el mortal se topó con el toldo del bar de abajo que se habían olvidado de recogerlo. Rebotó contra él y salió despedido cayendo al suelo de morros, pero gracias a su súper agilidad pudo poner antes las manos, raspándoselas enteras. Pensó para mañana ponerse los guantes de lana que tenía guardados en la mesilla. Se levantó dando un salto y comenzó a andar por la acera. Hacia frio, el aire soplaba de cara y le dificultaba andar, pero eso a un súper hombre como él no lo podía parar. El frio hacía que le doliesen más las manos. Cerró los ojos,subió las manos por encima de la cabeza y se las froto. El dolor casi había desaparecido. Continuó andando; no había un alma a quien poder salvar; en la calle no había nadie. De repente oyó un grito, salió corriendo hacia allí. Al llegar vio a un par de hombres robando a un matrimonio que tenían pinta de tener dinero. Se colocó detrás de ellos con los brazos en jarras. –Deteneos, malandrines –pensó que eso de malandrines no había quedado bien, pero ya estaba dicho. Los dos ladrones se giraron hacia él. – ¿Quién coño eres tú, Fumetaman? –Le gustó el nombre y sonrió un instante. –Sí, soy Fumetaman y soy vuestra perdición. –El otro ladrón comenzó a reírse mientras se acercaba a él con una navaja en la mano. –Te voy a hacer un siete en tu bonito disfraz, capitán capullo. –cuando el caco estaba a un metro de él miró hacia atrás para mirar a su compañero, momento en que aprovechó para darle una patada con su súper fuerza en los testículos. Esperaba haberle levantado un par de metros del suelo, pero verle revolcándose en el suelo también le valía. El otro chorizo llevaba en su mano derecha algo que brillo un momento, pensó que era otra navaja y se acerco hacia él. Cuando estaba llegando a su altura observó que lo que brillaba no era un cuchillo, sino una pistola. El ladrón le apuntó a la cabeza. –No te muevas o te pego un tiro –no le preocupaba que le disparase, pues si así era pararía la bala incluso con los dientes. Se acerco un par de pasos más. –No te muevas, cabrón.–No, no te muevas tú y tira el arma –dijo mirando al ratero a los ojos. Este con los nervios a flor de piel, apretó el gatillo. La bala rozo su brazo izquierdo. Se dio cuenta que al igual que para súperman la Kriptonita era su punto débil, para Fumetaman era el plomo disparado por pistolas, pero eso no le impediría hacer su trabajo. Con un rápido movimiento desato el látigo y lanzo un latigazo contra el brazo del ladrón haciéndole tirar la pistola al suelo. Se acerco a él con ira; el caco se asusto, comenzó a andar hacia atrás tropezando en un bordillo y dándose un golpe en la cabeza contra el paragolpes de un coche y quedándo inconsciente. No quería que acabase así, pero todo había acabado bien. Se volvió para que el matrimonio le agradeciese lo que había hecho por ellos, pero ya habían desaparecido. Hay un nuevo héroe en la ciudad; viste de negro con una hoja de marihuana en el pecho y dentro de la hoja una “F” pintada con rotulador; si necesitas ayuda; no lo dudes y llama a: “FUMETAMAN”.
lunes, 19 de septiembre de 2011
Érase un corazón de trapo 3º y ultima Parte.
Érase una tarde más de monótona calma. Érase una habitación en un hospital, donde los últimos reflejos dorados de la tarde que atraviesan el cristal del ventanal, se entretienen en el techo jugando traviesos con las primeras sombras inquietas de la noche.Érase una niña en una cama encogida entre las sábanas. Tiene los ojos cerrados, está adormecida, pero no duerme. Piensa, dejando pasar el tiempo. Solo la acompañan sus recuerdos.Hace un rato que la dejaron en ese cuarto, uno de tantos. La trajeron de la unidad de vigilancia intjavascript:void(0)ensiva. Ya no está sondada, ya no parece una marioneta colgando de múltiples tubitos.La memoria se pierde recordando... Esta habituada a todo este trajín. A pesar de sus ochos años, ya es experta en carreras de uniformes blancos, verdes o azules..., con su cuerpo menudo y liviano volando siempre de acá para allá, cargada en unos u otros brazos. Y siempre, en todos sitios, al final del viaje, los gorros y las caras embozadas rodeándola y, sobre ellos, una luz cegadora.No llora ni se queja. Sabe que no le servirá de nada, después de un dolor vendrá otro y con ellos nuevas cicatrices. Poco a poco, sus sentimientos se fueron revistiendo de una coraza que la protege.Las sombras se apoderan lentamente de la estancia acompañando el reinado de la noche. La niña se gira hacia el contraluz de la ventana. Nota algo..., entreabre los párpados, son rendijas entre las cuales brillan curiosas dos estrellas verdes. Y se abren de par en par. ¡Hay un muñeco en la esquina del hueco del ventanal! Está sentado, la espalda apoyada en el cristal y los brazos en cruz. El corazón le da un brinco y, ella también salta fuera de la cama, pero gritando loca de alegría.-¡Trapillo! ¿Eres tú? ¡ Sí, bieeen!- A un palmo de él se detiene en seco. Se coloca brazos en jarra y con el ceño fruncido, casi pegada su nariz al rostro del muñeco le riñe.
-Dígame caballero dónde ha estado todo este tiempo. -Te dejé solo un momento en el balcón, mientras yo buscaba la merienda y cuando regresé ya no estabas… ¡Jooo!
-¡Eres un muñeco gamberro!-¿Sabes? Te voy dar un montón capones... y te voy..., te voy a dar un... Emocionada no puede continuar. Trapillo con el rostro más tiznado que nunca, la observa fijamente con sus ojos pícaros de mirada alegre y, su entrañable sonrisa. -...¡Te voy dar un montón de besos!- le dice entre sollozos, mientras le besa una y mil veces.Pletórica y feliz, gira y gira frenéticamente por la habitación, danzando en compañía de su amigo. La larga bata ya no se arrastra, ahora confundida con su larga melena, va dejando una estela de luces de colores, que iluminan la estancia con sus brillos. Por un momento, la noche deja de serlo y el tiempo confundido se detiene, siendo los protagonistas ajenos a su propia magia.
Con la sábana tapándoles la cabeza, dichosa la niña, aprieta con ternura la carita al cuerpo de su especial amigo. La voz, apenas es un murmullo, le narra entusiasmada, nuevas historias fantásticas y maravillosas.Ya no estará sola, ya no hay penas. Pero de sus ojos, dos lágrimas repletas de vida, se deslizan lentamente por las mejillas para terminar posándose en el pecho de Trapillo. En ese preciso momento, un corazón de trapo comienza de nuevo a latir...
-Dígame caballero dónde ha estado todo este tiempo. -Te dejé solo un momento en el balcón, mientras yo buscaba la merienda y cuando regresé ya no estabas… ¡Jooo!
-¡Eres un muñeco gamberro!-¿Sabes? Te voy dar un montón capones... y te voy..., te voy a dar un... Emocionada no puede continuar. Trapillo con el rostro más tiznado que nunca, la observa fijamente con sus ojos pícaros de mirada alegre y, su entrañable sonrisa. -...¡Te voy dar un montón de besos!- le dice entre sollozos, mientras le besa una y mil veces.Pletórica y feliz, gira y gira frenéticamente por la habitación, danzando en compañía de su amigo. La larga bata ya no se arrastra, ahora confundida con su larga melena, va dejando una estela de luces de colores, que iluminan la estancia con sus brillos. Por un momento, la noche deja de serlo y el tiempo confundido se detiene, siendo los protagonistas ajenos a su propia magia.
Con la sábana tapándoles la cabeza, dichosa la niña, aprieta con ternura la carita al cuerpo de su especial amigo. La voz, apenas es un murmullo, le narra entusiasmada, nuevas historias fantásticas y maravillosas.Ya no estará sola, ya no hay penas. Pero de sus ojos, dos lágrimas repletas de vida, se deslizan lentamente por las mejillas para terminar posándose en el pecho de Trapillo. En ese preciso momento, un corazón de trapo comienza de nuevo a latir...
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