El Recuerdo Que Siempre Quedara
miércoles, 10 de abril de 2013
Cuánto daño hizo el Romanticismo Madre...
¿Volver a pensar en ti?
Nunca. Antes asesino tu recuerdo. Sé cómo hacerlo.
El otro día me encontré a Cupido en un bar de copas. Estaba borracho, despeinado y moreno de solarium. Me estuvo contando que ya no hacía esa gilipollez de las flechitas, que todo lo más, lanzaba piedritas cósmicas a la cabeza de la gente para que ésta, retorciera el cuello ciento ochenta grados cada vez que pasaba un tío o una tía buena tal cual niña del exorcista. Dice que con eso basta. Que cuando lo descubrió, dejó el negocio. El arco era matador. Y más matador el amor obsesivo que ocasionaba.
- ¿Te acuerdas de Romeo y Julieta? ¿O de Calisto y Melibea? Cuánto daño hizo el Romanticismo... - dice.
Yo creo que tiene razón. Que las cosas cuanto más se piensan y se hacen girar en el cerebro peor. Como tú. Durante un tiempo te instalaste en lo más profundo de mi hipotálamo dispuesto a desordenarme las ideas...cabrón.
Antes te asesino. A ti y a tu maldito recuerdo volador.
Titiirititi titii...
Vaya, tengo un mensaje!. Hummm... Me voy con Cupido. Me ha dicho que ha dejado el pañal y que tiene un tatuaje en el pompis. Con suerte, hoy cae.
Si don Quijote levantara la cabeza...
Si D.Quijote levantara la cabeza de nuevo, no vería molinos sino bancos y no arremetería contra gigantes sino contra especuladores.Así es, querido Sancho, es hora es de reescribir la historia con nuevas hazañas que nos lleven a lomos cabalgando hacia el sitio, que por derecho propio, nos corresponde en la inmortal memoria de los hombres.Piensa, amigo, que no se forja el destino sin lucha. Camarada soy del pueblo esclavizado por las hordas del poder y del dinero.Y en este empeño, que es mi vida, estoy dispuesto a dejarme hasta la última gota de mi sangre.Juntos haremos historia. Yo en mi ciega y loca lucha. Y tú, a mi lado, enjuagando el sudor de mis peleas y enderezando el rumbo de mis desvaríos.
Y pongo a Dios como testigo, que no cederá mi empeño por liberar al oprimido de las afiladas garras de los magos negros. Sicarios del Gran Capital y Especuladores de la Gran logia del genio Mambrinus.Y si es preciso, abatiré con mis propias manos, las altas torres donde se esconden sus oscuras legiones de masones conspirando sin el beneplácito de las buenas gentes y asumiendo, por ellos, su destino.Hora es que caigan, los que izados por sus mentiras, aupamos; para luego ignorarnos con desprecio y dejarnos abandonados a nuestra ruina.Querido Sancho, si tú vieras como yo en donde estamos,
dejarías de pedirme pan y circo y lucharías, sin dudarlo, a mi lado.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
La vida en piezas de un simple puzzle...
Con el correr de la vida, nos esforzamos en completar un rompecabezas que nos negamos a dejar inconcluso. Los vacios nos perturban, más aun que las piezas que parecen empeñarse en no encajar. El juego parece divertido, los ilusos incluso lo ven sencillo, con paciencia dicesé todo se consigue. ¡Pero ojo!, quien se lo tome a la ligera, frustrado se verá al notar como todo se complica poquito a poco. Cada sueño, cada recuerdo y cada afecto son piezas que se encuentran en la sopa de este, mi nuestro rompecabezas. Pero.. ¿que hacer cuando, con las piezas en cero, encuentras tantos espacios en blanco?.Algunas piezas quizas somos conscientes que las perdimos, la vida es dura muchas veces, los sueños quedan en la nada, los recuerdos se olvidan, los afectos.. simplemente se van, no todos por propia decisión. Otras piezas las habremos descartado por voluntad propia, hay de esas tambien, que mejor perderlas que encontrarlas. Y otras quizas nunca las tuvimos, ni siquiera conocemos su forma.Otras por desgracia,tenemos que deshacernos de ellas dejandolas libres muy a nuestro pesar.... ¿Cuantas veces nos emperramos en llenar vacios con fichas equivocadas? De antemano sabemos como todo va a terminar, pero es que ¡tanto nos molesta ese espacio en blanco!.Vaya que duele aceptar que hay cosas que nunca vamos a recobrar. Tal vez es un juego que nunca se debe terminar, o quizas con sus vacios y todo nuestros rompecabezas esten completos, algunos con mas piezas, otros con menos. ¿La conclusión? Dejar de estar pendiente de los vacios es el objetivo del juego. ¿La clave? Aprender que hay vacios que existen para aprender a vivir con ellos, no para llenarse. ¿Mi opiniön? Disfrutar al máximo de lo que tenemos, que solo se vive una vez....Y alegrarnos por esas piezas que no podemos tenerlas a nuestro lado simplemente porque tenian que ocupar otro lugar en otro puzzle...su puzzle....Gracias por estar ahi, y gracias por seguir estando..Un beso
lunes, 19 de septiembre de 2011
Ha nacido un nuevo super heroe..¡¡¡Fumetaman!!!
Se colocó la capa, después el antifaz y se encendió otro cigarro de la risa. Ya estaba listo para salvar al mundo; solo le faltaba un nombre. Le gustaba spiderman, pero ya estaba cogido; quizá barman, por eso de haber sido camarero antes de conseguir sus súper poderes, pero la gente en lugar de pedirle ayuda le pediría una cerveza. Echó un vistazo a su uniforme en el espejo. Llevaba unas mallas verdes que había robado del tendedero de su vecina, la tía buena del segundo. Una camiseta de malla negra, una capa hecha de las cortinas del baño, un antifaz del cotillón de navidad de hacía dos años y unas zapatillas Converse all star azules a las que había puesto unas plataformas para parecer más alto. Más que un súper héroe parecía una drag queen. Buscó en su armario algo mejor que ponerse. Encontró una camiseta verde con el dibujo de una hoja de marihuana dorada; le hacía juego con las mallas, pero ahora parecía un moco. ¡El súper moco! Pensó, pero era un nombre ridículo. Entonces recordó que su madre tenía un tinte para la ropa que usaba cuando quería cambiar algunaprenda de color.Coció agua en una olla, metió la camiseta y el pantalón, echó un sobrecito que ponía“tinte negro”, con una cuchara de madera que encontró en la cocina lo removió un buen rato y lo dejo enfriar.Tras unos treinta minutos la saco del agua y la tendió en su habitación, dejando todo el suelo lleno de agua negra. Mientras se secaba bajo al chino de enfrente de su casa y compró un disfraz del Zorro,alegando que era para su sobrino, aunque hasta los chinos sabían que era hijo único y no tenía novia.Después de dar una vuelta por el barrio, subió a su casa. La ropa ya estaba seca. Se la probó. Aunque la ropa no se había teñido completamente, pues habían quedado pequeñas partes sin cubrir y la hoja de marihuana seguía manteniendo su color dorado, pero no le importó; de noche no se verían y solo pensaba actuar de noche. Se volvió a mirar en el espejo. Ahora sí que parecía un súper héroe. Se colocó el antifaz del Zorro, le quedaba un poco pequeño, pero hacia su cometido; taparle la cara; después se puso la capa. Al atársela se dio cuenta que le apretaba en el cuello y le quedaba por encima de la cintura. Agarró un cordón de unas zapatillas viejas y lo empalmo con la cuerda de la capa. Ya podía respirar bien.
Se puso a hacer posturitas frente al espejo como un culturista, aunque los músculos no eran algo que resaltasen en él. Eran más de las diez de la noche y estaba oscuro; esperaría un par de horas y saldría a la calle a salvar el planeta. Estaba nervioso, no paraba de dar vueltas por su habitación con la ropa aun puesta. Seguía sin encontrar su nombre y eso le desesperaba. Su madre llamó a la puerta para que fuese a cenar, pero dijo que no cenaría, que no tenía apetito. Dieron las doce en punto en el reloj de su mesilla. Era la hora de trabajar. No podía salir por la puerta, pues su madre podría darse cuenta y él quería permanecer en el anonimato. Saldría por la ventana y usaría el poder de aterrizar de pie, ya que volar no podía y no era porque no lo hubiese intentado; las costras de las rodillas certificaban que sí. Recordó que tenía un arma como cualquier súper héroe que se precie. El capitán América tiene su escudo, Thor su martillo y él, un látigo de cuero de tres puntas que había comprado en una sex shop. Se ató el látigo a forma de cinturón y se subió a la ventana; desde esta hasta el suelo habría unos cinco metros; para él era como saltar un escalón. Se subió a la ventana; se tiraría en plancha y terminaría haciendo un mortal para caer de pie. Saltó; cuando iba a comenzar a hacer el mortal se topó con el toldo del bar de abajo que se habían olvidado de recogerlo. Rebotó contra él y salió despedido cayendo al suelo de morros, pero gracias a su súper agilidad pudo poner antes las manos, raspándoselas enteras. Pensó para mañana ponerse los guantes de lana que tenía guardados en la mesilla. Se levantó dando un salto y comenzó a andar por la acera. Hacia frio, el aire soplaba de cara y le dificultaba andar, pero eso a un súper hombre como él no lo podía parar. El frio hacía que le doliesen más las manos. Cerró los ojos,subió las manos por encima de la cabeza y se las froto. El dolor casi había desaparecido. Continuó andando; no había un alma a quien poder salvar; en la calle no había nadie. De repente oyó un grito, salió corriendo hacia allí. Al llegar vio a un par de hombres robando a un matrimonio que tenían pinta de tener dinero. Se colocó detrás de ellos con los brazos en jarras. –Deteneos, malandrines –pensó que eso de malandrines no había quedado bien, pero ya estaba dicho. Los dos ladrones se giraron hacia él. – ¿Quién coño eres tú, Fumetaman? –Le gustó el nombre y sonrió un instante. –Sí, soy Fumetaman y soy vuestra perdición. –El otro ladrón comenzó a reírse mientras se acercaba a él con una navaja en la mano. –Te voy a hacer un siete en tu bonito disfraz, capitán capullo. –cuando el caco estaba a un metro de él miró hacia atrás para mirar a su compañero, momento en que aprovechó para darle una patada con su súper fuerza en los testículos. Esperaba haberle levantado un par de metros del suelo, pero verle revolcándose en el suelo también le valía. El otro chorizo llevaba en su mano derecha algo que brillo un momento, pensó que era otra navaja y se acerco hacia él. Cuando estaba llegando a su altura observó que lo que brillaba no era un cuchillo, sino una pistola. El ladrón le apuntó a la cabeza. –No te muevas o te pego un tiro –no le preocupaba que le disparase, pues si así era pararía la bala incluso con los dientes. Se acerco un par de pasos más. –No te muevas, cabrón.–No, no te muevas tú y tira el arma –dijo mirando al ratero a los ojos. Este con los nervios a flor de piel, apretó el gatillo. La bala rozo su brazo izquierdo. Se dio cuenta que al igual que para súperman la Kriptonita era su punto débil, para Fumetaman era el plomo disparado por pistolas, pero eso no le impediría hacer su trabajo. Con un rápido movimiento desato el látigo y lanzo un latigazo contra el brazo del ladrón haciéndole tirar la pistola al suelo. Se acerco a él con ira; el caco se asusto, comenzó a andar hacia atrás tropezando en un bordillo y dándose un golpe en la cabeza contra el paragolpes de un coche y quedándo inconsciente. No quería que acabase así, pero todo había acabado bien. Se volvió para que el matrimonio le agradeciese lo que había hecho por ellos, pero ya habían desaparecido. Hay un nuevo héroe en la ciudad; viste de negro con una hoja de marihuana en el pecho y dentro de la hoja una “F” pintada con rotulador; si necesitas ayuda; no lo dudes y llama a: “FUMETAMAN”.
Se puso a hacer posturitas frente al espejo como un culturista, aunque los músculos no eran algo que resaltasen en él. Eran más de las diez de la noche y estaba oscuro; esperaría un par de horas y saldría a la calle a salvar el planeta. Estaba nervioso, no paraba de dar vueltas por su habitación con la ropa aun puesta. Seguía sin encontrar su nombre y eso le desesperaba. Su madre llamó a la puerta para que fuese a cenar, pero dijo que no cenaría, que no tenía apetito. Dieron las doce en punto en el reloj de su mesilla. Era la hora de trabajar. No podía salir por la puerta, pues su madre podría darse cuenta y él quería permanecer en el anonimato. Saldría por la ventana y usaría el poder de aterrizar de pie, ya que volar no podía y no era porque no lo hubiese intentado; las costras de las rodillas certificaban que sí. Recordó que tenía un arma como cualquier súper héroe que se precie. El capitán América tiene su escudo, Thor su martillo y él, un látigo de cuero de tres puntas que había comprado en una sex shop. Se ató el látigo a forma de cinturón y se subió a la ventana; desde esta hasta el suelo habría unos cinco metros; para él era como saltar un escalón. Se subió a la ventana; se tiraría en plancha y terminaría haciendo un mortal para caer de pie. Saltó; cuando iba a comenzar a hacer el mortal se topó con el toldo del bar de abajo que se habían olvidado de recogerlo. Rebotó contra él y salió despedido cayendo al suelo de morros, pero gracias a su súper agilidad pudo poner antes las manos, raspándoselas enteras. Pensó para mañana ponerse los guantes de lana que tenía guardados en la mesilla. Se levantó dando un salto y comenzó a andar por la acera. Hacia frio, el aire soplaba de cara y le dificultaba andar, pero eso a un súper hombre como él no lo podía parar. El frio hacía que le doliesen más las manos. Cerró los ojos,subió las manos por encima de la cabeza y se las froto. El dolor casi había desaparecido. Continuó andando; no había un alma a quien poder salvar; en la calle no había nadie. De repente oyó un grito, salió corriendo hacia allí. Al llegar vio a un par de hombres robando a un matrimonio que tenían pinta de tener dinero. Se colocó detrás de ellos con los brazos en jarras. –Deteneos, malandrines –pensó que eso de malandrines no había quedado bien, pero ya estaba dicho. Los dos ladrones se giraron hacia él. – ¿Quién coño eres tú, Fumetaman? –Le gustó el nombre y sonrió un instante. –Sí, soy Fumetaman y soy vuestra perdición. –El otro ladrón comenzó a reírse mientras se acercaba a él con una navaja en la mano. –Te voy a hacer un siete en tu bonito disfraz, capitán capullo. –cuando el caco estaba a un metro de él miró hacia atrás para mirar a su compañero, momento en que aprovechó para darle una patada con su súper fuerza en los testículos. Esperaba haberle levantado un par de metros del suelo, pero verle revolcándose en el suelo también le valía. El otro chorizo llevaba en su mano derecha algo que brillo un momento, pensó que era otra navaja y se acerco hacia él. Cuando estaba llegando a su altura observó que lo que brillaba no era un cuchillo, sino una pistola. El ladrón le apuntó a la cabeza. –No te muevas o te pego un tiro –no le preocupaba que le disparase, pues si así era pararía la bala incluso con los dientes. Se acerco un par de pasos más. –No te muevas, cabrón.–No, no te muevas tú y tira el arma –dijo mirando al ratero a los ojos. Este con los nervios a flor de piel, apretó el gatillo. La bala rozo su brazo izquierdo. Se dio cuenta que al igual que para súperman la Kriptonita era su punto débil, para Fumetaman era el plomo disparado por pistolas, pero eso no le impediría hacer su trabajo. Con un rápido movimiento desato el látigo y lanzo un latigazo contra el brazo del ladrón haciéndole tirar la pistola al suelo. Se acerco a él con ira; el caco se asusto, comenzó a andar hacia atrás tropezando en un bordillo y dándose un golpe en la cabeza contra el paragolpes de un coche y quedándo inconsciente. No quería que acabase así, pero todo había acabado bien. Se volvió para que el matrimonio le agradeciese lo que había hecho por ellos, pero ya habían desaparecido. Hay un nuevo héroe en la ciudad; viste de negro con una hoja de marihuana en el pecho y dentro de la hoja una “F” pintada con rotulador; si necesitas ayuda; no lo dudes y llama a: “FUMETAMAN”.
Érase un corazón de trapo 3º y ultima Parte.
Érase una tarde más de monótona calma. Érase una habitación en un hospital, donde los últimos reflejos dorados de la tarde que atraviesan el cristal del ventanal, se entretienen en el techo jugando traviesos con las primeras sombras inquietas de la noche.Érase una niña en una cama encogida entre las sábanas. Tiene los ojos cerrados, está adormecida, pero no duerme. Piensa, dejando pasar el tiempo. Solo la acompañan sus recuerdos.Hace un rato que la dejaron en ese cuarto, uno de tantos. La trajeron de la unidad de vigilancia intjavascript:void(0)ensiva. Ya no está sondada, ya no parece una marioneta colgando de múltiples tubitos.La memoria se pierde recordando... Esta habituada a todo este trajín. A pesar de sus ochos años, ya es experta en carreras de uniformes blancos, verdes o azules..., con su cuerpo menudo y liviano volando siempre de acá para allá, cargada en unos u otros brazos. Y siempre, en todos sitios, al final del viaje, los gorros y las caras embozadas rodeándola y, sobre ellos, una luz cegadora.No llora ni se queja. Sabe que no le servirá de nada, después de un dolor vendrá otro y con ellos nuevas cicatrices. Poco a poco, sus sentimientos se fueron revistiendo de una coraza que la protege.Las sombras se apoderan lentamente de la estancia acompañando el reinado de la noche. La niña se gira hacia el contraluz de la ventana. Nota algo..., entreabre los párpados, son rendijas entre las cuales brillan curiosas dos estrellas verdes. Y se abren de par en par. ¡Hay un muñeco en la esquina del hueco del ventanal! Está sentado, la espalda apoyada en el cristal y los brazos en cruz. El corazón le da un brinco y, ella también salta fuera de la cama, pero gritando loca de alegría.-¡Trapillo! ¿Eres tú? ¡ Sí, bieeen!- A un palmo de él se detiene en seco. Se coloca brazos en jarra y con el ceño fruncido, casi pegada su nariz al rostro del muñeco le riñe.
-Dígame caballero dónde ha estado todo este tiempo. -Te dejé solo un momento en el balcón, mientras yo buscaba la merienda y cuando regresé ya no estabas… ¡Jooo!
-¡Eres un muñeco gamberro!-¿Sabes? Te voy dar un montón capones... y te voy..., te voy a dar un... Emocionada no puede continuar. Trapillo con el rostro más tiznado que nunca, la observa fijamente con sus ojos pícaros de mirada alegre y, su entrañable sonrisa. -...¡Te voy dar un montón de besos!- le dice entre sollozos, mientras le besa una y mil veces.Pletórica y feliz, gira y gira frenéticamente por la habitación, danzando en compañía de su amigo. La larga bata ya no se arrastra, ahora confundida con su larga melena, va dejando una estela de luces de colores, que iluminan la estancia con sus brillos. Por un momento, la noche deja de serlo y el tiempo confundido se detiene, siendo los protagonistas ajenos a su propia magia.
Con la sábana tapándoles la cabeza, dichosa la niña, aprieta con ternura la carita al cuerpo de su especial amigo. La voz, apenas es un murmullo, le narra entusiasmada, nuevas historias fantásticas y maravillosas.Ya no estará sola, ya no hay penas. Pero de sus ojos, dos lágrimas repletas de vida, se deslizan lentamente por las mejillas para terminar posándose en el pecho de Trapillo. En ese preciso momento, un corazón de trapo comienza de nuevo a latir...
-Dígame caballero dónde ha estado todo este tiempo. -Te dejé solo un momento en el balcón, mientras yo buscaba la merienda y cuando regresé ya no estabas… ¡Jooo!
-¡Eres un muñeco gamberro!-¿Sabes? Te voy dar un montón capones... y te voy..., te voy a dar un... Emocionada no puede continuar. Trapillo con el rostro más tiznado que nunca, la observa fijamente con sus ojos pícaros de mirada alegre y, su entrañable sonrisa. -...¡Te voy dar un montón de besos!- le dice entre sollozos, mientras le besa una y mil veces.Pletórica y feliz, gira y gira frenéticamente por la habitación, danzando en compañía de su amigo. La larga bata ya no se arrastra, ahora confundida con su larga melena, va dejando una estela de luces de colores, que iluminan la estancia con sus brillos. Por un momento, la noche deja de serlo y el tiempo confundido se detiene, siendo los protagonistas ajenos a su propia magia.
Con la sábana tapándoles la cabeza, dichosa la niña, aprieta con ternura la carita al cuerpo de su especial amigo. La voz, apenas es un murmullo, le narra entusiasmada, nuevas historias fantásticas y maravillosas.Ya no estará sola, ya no hay penas. Pero de sus ojos, dos lágrimas repletas de vida, se deslizan lentamente por las mejillas para terminar posándose en el pecho de Trapillo. En ese preciso momento, un corazón de trapo comienza de nuevo a latir...
martes, 26 de julio de 2011
Esto es lo que Siento...
Puedes llorar. Las lágrimas no demuestran ni debilidad ni amargura. La tristeza es un motivo secundario; puedes llorar por muchas razones, pero sonreír por muy pocas.De ahí que las personas prefieran reír a llorar. La primera puede causar la segunda, pero la segunda nunca a la primera. ¿Qué a que viene esto? No hay que ser un genio para darse cuenta de lo puta que es la vida. No; de lo putas que son algunas personas.Me resulta irritante el afán de la gente por machacarte una y otra vez. Su plan obsesivo por perseguirte hasta el límite y aislarte de manera que te sientas vacío y solo. Sumido en una oscuridad tan profunda que te deprima y te culpe a pesar de haber hecho lo que tenías que hacer. Es absurda la dependencia humana a los comentarios relacionados con el ámbito social, con el miedo al que dirán, con el miedo a pensamientos ajenos que no valen una mierda. Joder, estoy cansado de que me duelan las opiniones de personas a las que ni les van ni les vienen ni mis decisiones ni mis actos.Estoy harto de buscarles para dar explicaciones que no se merecen y no quieren escuchar. Por que entra en la naturaleza humana comportarse como una maldita hiena sedienta de algo de lo que reírse con un motivo absurdo y malintencionado. Por que es jodidamente denigrante y abrumador, y aun más vergonzoso, que a pesar de saber que no debe influir ni en tu rutina ni en tu conducta, no puedas evitarlo.Y lo peor, es darse cuenta demasiado tarde.
lunes, 25 de julio de 2011
Érase un corazón de trapo 2º Parte.
Érase ya, los años transcurriendo, generosos o tacaños. A veces raudos, como brillante estrella fugaz, dejando toda una suerte de colores en los corazones. Otras veces lentamente, como nube de invierno enredada entre las ramas del árbol de la vida, envolviéndola con su fría sombra.
Érase una niña que con el pasar del tiempo se fue transformando. Su cuerpo de chiquilla se convirtió en el de una agraciada y pizpireta joven. Siguió conservando la pureza de su infancia; la fantasía imaginativa, su traviesa locura y la sed crónica de nuevos conocimientos. Y siguió conservando por encima de todo, a su querido y especial amigo, el muñeco de trapo.
Con él iba a todos los lugares. No la importaban nada las preguntas de cejudos entrecejos ignorantes, ni los comentarios jocosos y malintencionados. Le pedía a su amigo, que no se preocupase, pues sabía que alimentando tales impertinencias, se encontraba detrás, la perversa bruja Necia Envidia. Para evitarla, tenía un antídoto infalible, basado en extracto de capones que se aplica en toda la cabeza. Con tal remedio, seguro que la mantendría lejos de ellos.
Leía y escribía con pasión y deleite. La encantaba sobre todas las cosas, llenar las hojas de su cuaderno de tapas verdes con sus narraciones y sus poemas. Sensaciones de angustia o felicidad, ideas cabales o descabelladas, historias reales o ficticias; todas iban tomando cuerpo en esas páginas. También le entusiasmaba regalar con sus escritos a todas las personas que tenía a su alrededor. Cualquier ocasión era un buen motivo para ello.
En compañía de su mejor amiga, su confidente y cómplice de aventuras y bromas, los fines de semana paseaban por la playa. Charlaban, discutían, se reían y se emocionaban juntas. Cada una acompañada de su correspondiente y dulce helado. Esa amiga importaba mucho para ella. Siempre la tuvo a su lado. En todo momento podía contar con su generoso cariño y su inquebrantable lealtad. También el muñeco participaba de esos largos paseos. La amiga, algunas veces, lo tomaba con su abrazo. La encantaba sentir los latidos de aquel corazón de trapo. Ella también era especial y podía sentirlos.
Está en el aeropuerto pendiente del control de pasajeros. El viaje la hace mucha ilusión, tiene el aliciente de ser la primera vez que viaja en avión. Nota algo extraño al pasar el escáner, su mochila es retenida. Un responsable del control, saca de ella al muñeco y lo palpa con precaución. Inmediatamente efectúa una llamada por el teléfono interno. Nadie la informaba. Unos minutos más tarde se persona un agente de la guardia civil y tras el saludo protocolario, la pide de forma educada, que le acompañe a un cuarto anexo. Allí, el muñeco, es de nuevo chequeado celosamente con varios artilugios. Angustiada, les pregunta el porqué de todo aquello, pero sigue sin obtener la mínima respuesta. De pronto y sin previo aviso, otro de los agentes con una especie de bisturí, abre de un solo tajo horizontal el pecho del muñeco, a continuación y despacio, retira el relleno de algodón. Están perplejos, ¡dentro no hay nada!
Ofendida, les ruega que la digan de una vez que ocurre. Uno de ellos, por fin, le explica..., se trata de una falsa alarma. La funcionara del escáner detectó, dentro del muñeco, una especie de tic-tac y temieron podía tratarse de una... - ¡Claro que sí..., es el latido de su corazón!- Le grita dolida, sin dejarle terminar y añade: –Si alguien me hubiese preguntado se lo habría dicho, no tiene nada de especial..., solamente es un corazón de trapo- Los dos agentes, se miran entre sí sorprendidos y después cariacontecidos, la devuelven el muñeco despanzurrado pidiéndola excusas.
Llorando, totalmente abatida, abandona la sala corriendo. La mochila colgando de una mano y en la otra, contra su pecho, él, hecho todo un gurruño. A los pocos metros, nota los latidos... Se para un instante, lo mira y después de besarle, grita dichosa: -¡Bieeen, yo te coseré...!
También ella fue abierta y cosida. Ahora reposaba en la impersonal y fría habitación de un hospital, acompañada del olor de las medicinas y del sonido quedo de los lamentos vecinos.
Habían comenzado a llamar a su puerta las molestias físicas un año antes, pero ella no quería saber nada de médicos, la sola idea la espantaba, no guardaba buenos recuerdos de su infancia al respecto. Además, se decía, nunca tenía tiempo para dedicárselo a sí misma. Su cabeza inquieta siempre era un hervidero de ideas y sueños que se materializaban en proyectos inmediatos. Las horas, la llevaban consigo volando sujeta de su mano cómplice, sin darla tregua alguna.
Pero el malestar, poco a poco, terminó ganándole la partida. Se convirtió en lacerante dolor y tuvo que sucumbir a la tiranía salvadora de la cirugía reparadora.
Lo más penoso afortunadamente ya había pasado. En menos de una semana tendría el alta hospitalaria. Trataba mientras, de combatir el hastío de la convalecencia con la lectura de la novela El Jarama, prototipo del “realismo mágico”, al que tan unida se sentía a través de sus propios escritos. Por las mañanas, procuraba también escribir, y plasmar las sensaciones de todo aquello que la rodeaba y especialmente las imágenes que la acompañaban en sus sueños y que al despertar compartía con su especial amigo de trapo.
Vistiendo la horrible bata hospitalaria, sentada sobre la cama y con la espalda apoyada en almohada, estaba inmersa en la escritura tecleando un nuevo relato. Una voz varonil dio los buenos días. Por el rabillo del ojo observó entrar a un enfermero, era la primera vez que lo veía. Levantó la vista del portátil y, le devolvió el saludo, adornado con una breve sonrisa. Pero algo se despertó dentro de ella, algo se le removió..., una sensación nueva y nada desagradable. La escritura se paralizó, las ideas se bloquearon y sus sentidos quedaron alerta.
El joven la estaba tomando la tensión, cuando instintivamente las miradas se cruzaron y unos ojos negros naufragaron sin remedio alguno, en una la inmensa y transparente verde mar. Una mar, que a su vez, sintió cómo el brillo de dos luceros la iluminaban, traspasando el oleaje de sus aguas, hasta ese día bravas...
-Qué estás escribiendo… ¿poemas?- Pregunto el joven de sopetón venciendo su timidez.
-Bueno..., a mí también me gusta escribir versos. Pero me temo que no valen mucho- añadió ruborizado, con una amplia sonrisa.
-Eso… ¿se lo dices a todas...?- Le contestó ella entre divertida y gamberra.
Solamente habían pasado cuatro días, pero era como si se conociesen de siempre. Él la visitaba mañana y tarde; incluso, al terminar su jornada laboral se quedaba haciéndola compañía. Los dos compartían con agrado, los escritos, las risas, las historias y de vez en cuando, también el roce de sus manos. Un roce, que sin ellos apenas darse cuenta, estaba calentando con el calor del cariño, dos almas amigas.
Por la noche como siempre, la sábana tapándoles la cabeza, ella risueña y mientras su dedo recorría la costura, le contaba a su querido muñeco las anécdotas del día y, le hablaba con entusiasmo de su encantador amigo, El muñeco a su vez, le respondía con el latir emocionado de su corazón de trapo.
Regresó a la habitación tras someterse al último chequeo. Estaba especialmente contenta, el día anterior, el médico la había comunicado, que en un par de días la daban el alta y podría abandonar la clínica. Su amigo, se ofreció obsequiosamente a llevarla devuelta a casa.
El corazón le dio un vuelco, el muñeco no estaba por ninguna parte de la habitación. Nadie en el control de planta tenía la menor idea del paradero. Las horas pasaban inexorables y su congoja iba en aumento; buscaba y preguntaba sin ningún éxito. A la noche, la encargada de la lavandería se presentó con él.
-Esta mañana, este travieso muñeco, debió esconderse entre las sábanas y las empleadas de la limpieza se lo llevaron sin darse cuenta- comentó en tono bromista.
-Pero aquí está, te lo traigo de nuevo contigo y como veras bien lavadito- añadió forzando una sonrisa.
Efectivamente, ya no tenía la cara sucia, su piel de trapo blanco, relucía inmaculada. Pero dos borrones ocupaban el lugar de sus alegres ojos, de su sonrisa radiante solo quedaban unos inconexos trazos deslavazados y su pelo ahora desteñido, estaba gris. Un presentimiento la embargó. Instintivamente apretó el muñeco fuertemente contra su pecho ¡no latía! Su corazón de trapo se había parado… Sintió una enorme tristeza, sintió como en ese preciso momento algo dentro de ella, un nexo mágico en el tiempo, se rompía irremediablemente para siempre.
Entre sollozos y abrazada a un corazón de trapo silencioso, el sueño reparador llega en su ayuda y arropándola la lleva consigo.
Ya estaba terminándose el desayuno, cuando por el teléfono móvil recibió la llamada del amigo. Dentro de una hora estaría con ella para recogerla y acompañarla a casa; la dicha de nuevo galopaba desbocada por sus venas. Sentada en el borde de la cama, con la bolsa de sus pertenencias a sus pies y su computadora portátil sobre las rodillas, la encontró el joven. Esta vez, son los besos quienes se cruzan con las miradas.
Tomados de la mano abandonan la estancia. Son dos jóvenes corazones pletóricos de vida, que compartiendo una misma ilusión, caminan cargados de futuro.
En una esquina..., sobre el alfeizar de la ventana doblado sobre si mismo, queda solitario un muñeco y, un viejo corazón de trapo ya en silencio.
Érase una niña que con el pasar del tiempo se fue transformando. Su cuerpo de chiquilla se convirtió en el de una agraciada y pizpireta joven. Siguió conservando la pureza de su infancia; la fantasía imaginativa, su traviesa locura y la sed crónica de nuevos conocimientos. Y siguió conservando por encima de todo, a su querido y especial amigo, el muñeco de trapo.
Con él iba a todos los lugares. No la importaban nada las preguntas de cejudos entrecejos ignorantes, ni los comentarios jocosos y malintencionados. Le pedía a su amigo, que no se preocupase, pues sabía que alimentando tales impertinencias, se encontraba detrás, la perversa bruja Necia Envidia. Para evitarla, tenía un antídoto infalible, basado en extracto de capones que se aplica en toda la cabeza. Con tal remedio, seguro que la mantendría lejos de ellos.
Leía y escribía con pasión y deleite. La encantaba sobre todas las cosas, llenar las hojas de su cuaderno de tapas verdes con sus narraciones y sus poemas. Sensaciones de angustia o felicidad, ideas cabales o descabelladas, historias reales o ficticias; todas iban tomando cuerpo en esas páginas. También le entusiasmaba regalar con sus escritos a todas las personas que tenía a su alrededor. Cualquier ocasión era un buen motivo para ello.
En compañía de su mejor amiga, su confidente y cómplice de aventuras y bromas, los fines de semana paseaban por la playa. Charlaban, discutían, se reían y se emocionaban juntas. Cada una acompañada de su correspondiente y dulce helado. Esa amiga importaba mucho para ella. Siempre la tuvo a su lado. En todo momento podía contar con su generoso cariño y su inquebrantable lealtad. También el muñeco participaba de esos largos paseos. La amiga, algunas veces, lo tomaba con su abrazo. La encantaba sentir los latidos de aquel corazón de trapo. Ella también era especial y podía sentirlos.
Está en el aeropuerto pendiente del control de pasajeros. El viaje la hace mucha ilusión, tiene el aliciente de ser la primera vez que viaja en avión. Nota algo extraño al pasar el escáner, su mochila es retenida. Un responsable del control, saca de ella al muñeco y lo palpa con precaución. Inmediatamente efectúa una llamada por el teléfono interno. Nadie la informaba. Unos minutos más tarde se persona un agente de la guardia civil y tras el saludo protocolario, la pide de forma educada, que le acompañe a un cuarto anexo. Allí, el muñeco, es de nuevo chequeado celosamente con varios artilugios. Angustiada, les pregunta el porqué de todo aquello, pero sigue sin obtener la mínima respuesta. De pronto y sin previo aviso, otro de los agentes con una especie de bisturí, abre de un solo tajo horizontal el pecho del muñeco, a continuación y despacio, retira el relleno de algodón. Están perplejos, ¡dentro no hay nada!
Ofendida, les ruega que la digan de una vez que ocurre. Uno de ellos, por fin, le explica..., se trata de una falsa alarma. La funcionara del escáner detectó, dentro del muñeco, una especie de tic-tac y temieron podía tratarse de una... - ¡Claro que sí..., es el latido de su corazón!- Le grita dolida, sin dejarle terminar y añade: –Si alguien me hubiese preguntado se lo habría dicho, no tiene nada de especial..., solamente es un corazón de trapo- Los dos agentes, se miran entre sí sorprendidos y después cariacontecidos, la devuelven el muñeco despanzurrado pidiéndola excusas.
Llorando, totalmente abatida, abandona la sala corriendo. La mochila colgando de una mano y en la otra, contra su pecho, él, hecho todo un gurruño. A los pocos metros, nota los latidos... Se para un instante, lo mira y después de besarle, grita dichosa: -¡Bieeen, yo te coseré...!
También ella fue abierta y cosida. Ahora reposaba en la impersonal y fría habitación de un hospital, acompañada del olor de las medicinas y del sonido quedo de los lamentos vecinos.
Habían comenzado a llamar a su puerta las molestias físicas un año antes, pero ella no quería saber nada de médicos, la sola idea la espantaba, no guardaba buenos recuerdos de su infancia al respecto. Además, se decía, nunca tenía tiempo para dedicárselo a sí misma. Su cabeza inquieta siempre era un hervidero de ideas y sueños que se materializaban en proyectos inmediatos. Las horas, la llevaban consigo volando sujeta de su mano cómplice, sin darla tregua alguna.
Pero el malestar, poco a poco, terminó ganándole la partida. Se convirtió en lacerante dolor y tuvo que sucumbir a la tiranía salvadora de la cirugía reparadora.
Lo más penoso afortunadamente ya había pasado. En menos de una semana tendría el alta hospitalaria. Trataba mientras, de combatir el hastío de la convalecencia con la lectura de la novela El Jarama, prototipo del “realismo mágico”, al que tan unida se sentía a través de sus propios escritos. Por las mañanas, procuraba también escribir, y plasmar las sensaciones de todo aquello que la rodeaba y especialmente las imágenes que la acompañaban en sus sueños y que al despertar compartía con su especial amigo de trapo.
Vistiendo la horrible bata hospitalaria, sentada sobre la cama y con la espalda apoyada en almohada, estaba inmersa en la escritura tecleando un nuevo relato. Una voz varonil dio los buenos días. Por el rabillo del ojo observó entrar a un enfermero, era la primera vez que lo veía. Levantó la vista del portátil y, le devolvió el saludo, adornado con una breve sonrisa. Pero algo se despertó dentro de ella, algo se le removió..., una sensación nueva y nada desagradable. La escritura se paralizó, las ideas se bloquearon y sus sentidos quedaron alerta.
El joven la estaba tomando la tensión, cuando instintivamente las miradas se cruzaron y unos ojos negros naufragaron sin remedio alguno, en una la inmensa y transparente verde mar. Una mar, que a su vez, sintió cómo el brillo de dos luceros la iluminaban, traspasando el oleaje de sus aguas, hasta ese día bravas...
-Qué estás escribiendo… ¿poemas?- Pregunto el joven de sopetón venciendo su timidez.
-Bueno..., a mí también me gusta escribir versos. Pero me temo que no valen mucho- añadió ruborizado, con una amplia sonrisa.
-Eso… ¿se lo dices a todas...?- Le contestó ella entre divertida y gamberra.
Solamente habían pasado cuatro días, pero era como si se conociesen de siempre. Él la visitaba mañana y tarde; incluso, al terminar su jornada laboral se quedaba haciéndola compañía. Los dos compartían con agrado, los escritos, las risas, las historias y de vez en cuando, también el roce de sus manos. Un roce, que sin ellos apenas darse cuenta, estaba calentando con el calor del cariño, dos almas amigas.
Por la noche como siempre, la sábana tapándoles la cabeza, ella risueña y mientras su dedo recorría la costura, le contaba a su querido muñeco las anécdotas del día y, le hablaba con entusiasmo de su encantador amigo, El muñeco a su vez, le respondía con el latir emocionado de su corazón de trapo.
Regresó a la habitación tras someterse al último chequeo. Estaba especialmente contenta, el día anterior, el médico la había comunicado, que en un par de días la daban el alta y podría abandonar la clínica. Su amigo, se ofreció obsequiosamente a llevarla devuelta a casa.
El corazón le dio un vuelco, el muñeco no estaba por ninguna parte de la habitación. Nadie en el control de planta tenía la menor idea del paradero. Las horas pasaban inexorables y su congoja iba en aumento; buscaba y preguntaba sin ningún éxito. A la noche, la encargada de la lavandería se presentó con él.
-Esta mañana, este travieso muñeco, debió esconderse entre las sábanas y las empleadas de la limpieza se lo llevaron sin darse cuenta- comentó en tono bromista.
-Pero aquí está, te lo traigo de nuevo contigo y como veras bien lavadito- añadió forzando una sonrisa.
Efectivamente, ya no tenía la cara sucia, su piel de trapo blanco, relucía inmaculada. Pero dos borrones ocupaban el lugar de sus alegres ojos, de su sonrisa radiante solo quedaban unos inconexos trazos deslavazados y su pelo ahora desteñido, estaba gris. Un presentimiento la embargó. Instintivamente apretó el muñeco fuertemente contra su pecho ¡no latía! Su corazón de trapo se había parado… Sintió una enorme tristeza, sintió como en ese preciso momento algo dentro de ella, un nexo mágico en el tiempo, se rompía irremediablemente para siempre.
Entre sollozos y abrazada a un corazón de trapo silencioso, el sueño reparador llega en su ayuda y arropándola la lleva consigo.
Ya estaba terminándose el desayuno, cuando por el teléfono móvil recibió la llamada del amigo. Dentro de una hora estaría con ella para recogerla y acompañarla a casa; la dicha de nuevo galopaba desbocada por sus venas. Sentada en el borde de la cama, con la bolsa de sus pertenencias a sus pies y su computadora portátil sobre las rodillas, la encontró el joven. Esta vez, son los besos quienes se cruzan con las miradas.
Tomados de la mano abandonan la estancia. Son dos jóvenes corazones pletóricos de vida, que compartiendo una misma ilusión, caminan cargados de futuro.
En una esquina..., sobre el alfeizar de la ventana doblado sobre si mismo, queda solitario un muñeco y, un viejo corazón de trapo ya en silencio.
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