Érase ya, los años transcurriendo, generosos o tacaños. A veces raudos, como brillante estrella fugaz, dejando toda una suerte de colores en los corazones. Otras veces lentamente, como nube de invierno enredada entre las ramas del árbol de la vida, envolviéndola con su fría sombra.
Érase una niña que con el pasar del tiempo se fue transformando. Su cuerpo de chiquilla se convirtió en el de una agraciada y pizpireta joven. Siguió conservando la pureza de su infancia; la fantasía imaginativa, su traviesa locura y la sed crónica de nuevos conocimientos. Y siguió conservando por encima de todo, a su querido y especial amigo, el muñeco de trapo.
Con él iba a todos los lugares. No la importaban nada las preguntas de cejudos entrecejos ignorantes, ni los comentarios jocosos y malintencionados. Le pedía a su amigo, que no se preocupase, pues sabía que alimentando tales impertinencias, se encontraba detrás, la perversa bruja Necia Envidia. Para evitarla, tenía un antídoto infalible, basado en extracto de capones que se aplica en toda la cabeza. Con tal remedio, seguro que la mantendría lejos de ellos.
Leía y escribía con pasión y deleite. La encantaba sobre todas las cosas, llenar las hojas de su cuaderno de tapas verdes con sus narraciones y sus poemas. Sensaciones de angustia o felicidad, ideas cabales o descabelladas, historias reales o ficticias; todas iban tomando cuerpo en esas páginas. También le entusiasmaba regalar con sus escritos a todas las personas que tenía a su alrededor. Cualquier ocasión era un buen motivo para ello.
En compañía de su mejor amiga, su confidente y cómplice de aventuras y bromas, los fines de semana paseaban por la playa. Charlaban, discutían, se reían y se emocionaban juntas. Cada una acompañada de su correspondiente y dulce helado. Esa amiga importaba mucho para ella. Siempre la tuvo a su lado. En todo momento podía contar con su generoso cariño y su inquebrantable lealtad. También el muñeco participaba de esos largos paseos. La amiga, algunas veces, lo tomaba con su abrazo. La encantaba sentir los latidos de aquel corazón de trapo. Ella también era especial y podía sentirlos.
Está en el aeropuerto pendiente del control de pasajeros. El viaje la hace mucha ilusión, tiene el aliciente de ser la primera vez que viaja en avión. Nota algo extraño al pasar el escáner, su mochila es retenida. Un responsable del control, saca de ella al muñeco y lo palpa con precaución. Inmediatamente efectúa una llamada por el teléfono interno. Nadie la informaba. Unos minutos más tarde se persona un agente de la guardia civil y tras el saludo protocolario, la pide de forma educada, que le acompañe a un cuarto anexo. Allí, el muñeco, es de nuevo chequeado celosamente con varios artilugios. Angustiada, les pregunta el porqué de todo aquello, pero sigue sin obtener la mínima respuesta. De pronto y sin previo aviso, otro de los agentes con una especie de bisturí, abre de un solo tajo horizontal el pecho del muñeco, a continuación y despacio, retira el relleno de algodón. Están perplejos, ¡dentro no hay nada!
Ofendida, les ruega que la digan de una vez que ocurre. Uno de ellos, por fin, le explica..., se trata de una falsa alarma. La funcionara del escáner detectó, dentro del muñeco, una especie de tic-tac y temieron podía tratarse de una... - ¡Claro que sí..., es el latido de su corazón!- Le grita dolida, sin dejarle terminar y añade: –Si alguien me hubiese preguntado se lo habría dicho, no tiene nada de especial..., solamente es un corazón de trapo- Los dos agentes, se miran entre sí sorprendidos y después cariacontecidos, la devuelven el muñeco despanzurrado pidiéndola excusas.
Llorando, totalmente abatida, abandona la sala corriendo. La mochila colgando de una mano y en la otra, contra su pecho, él, hecho todo un gurruño. A los pocos metros, nota los latidos... Se para un instante, lo mira y después de besarle, grita dichosa: -¡Bieeen, yo te coseré...!
También ella fue abierta y cosida. Ahora reposaba en la impersonal y fría habitación de un hospital, acompañada del olor de las medicinas y del sonido quedo de los lamentos vecinos.
Habían comenzado a llamar a su puerta las molestias físicas un año antes, pero ella no quería saber nada de médicos, la sola idea la espantaba, no guardaba buenos recuerdos de su infancia al respecto. Además, se decía, nunca tenía tiempo para dedicárselo a sí misma. Su cabeza inquieta siempre era un hervidero de ideas y sueños que se materializaban en proyectos inmediatos. Las horas, la llevaban consigo volando sujeta de su mano cómplice, sin darla tregua alguna.
Pero el malestar, poco a poco, terminó ganándole la partida. Se convirtió en lacerante dolor y tuvo que sucumbir a la tiranía salvadora de la cirugía reparadora.
Lo más penoso afortunadamente ya había pasado. En menos de una semana tendría el alta hospitalaria. Trataba mientras, de combatir el hastío de la convalecencia con la lectura de la novela El Jarama, prototipo del “realismo mágico”, al que tan unida se sentía a través de sus propios escritos. Por las mañanas, procuraba también escribir, y plasmar las sensaciones de todo aquello que la rodeaba y especialmente las imágenes que la acompañaban en sus sueños y que al despertar compartía con su especial amigo de trapo.
Vistiendo la horrible bata hospitalaria, sentada sobre la cama y con la espalda apoyada en almohada, estaba inmersa en la escritura tecleando un nuevo relato. Una voz varonil dio los buenos días. Por el rabillo del ojo observó entrar a un enfermero, era la primera vez que lo veía. Levantó la vista del portátil y, le devolvió el saludo, adornado con una breve sonrisa. Pero algo se despertó dentro de ella, algo se le removió..., una sensación nueva y nada desagradable. La escritura se paralizó, las ideas se bloquearon y sus sentidos quedaron alerta.
El joven la estaba tomando la tensión, cuando instintivamente las miradas se cruzaron y unos ojos negros naufragaron sin remedio alguno, en una la inmensa y transparente verde mar. Una mar, que a su vez, sintió cómo el brillo de dos luceros la iluminaban, traspasando el oleaje de sus aguas, hasta ese día bravas...
-Qué estás escribiendo… ¿poemas?- Pregunto el joven de sopetón venciendo su timidez.
-Bueno..., a mí también me gusta escribir versos. Pero me temo que no valen mucho- añadió ruborizado, con una amplia sonrisa.
-Eso… ¿se lo dices a todas...?- Le contestó ella entre divertida y gamberra.
Solamente habían pasado cuatro días, pero era como si se conociesen de siempre. Él la visitaba mañana y tarde; incluso, al terminar su jornada laboral se quedaba haciéndola compañía. Los dos compartían con agrado, los escritos, las risas, las historias y de vez en cuando, también el roce de sus manos. Un roce, que sin ellos apenas darse cuenta, estaba calentando con el calor del cariño, dos almas amigas.
Por la noche como siempre, la sábana tapándoles la cabeza, ella risueña y mientras su dedo recorría la costura, le contaba a su querido muñeco las anécdotas del día y, le hablaba con entusiasmo de su encantador amigo, El muñeco a su vez, le respondía con el latir emocionado de su corazón de trapo.
Regresó a la habitación tras someterse al último chequeo. Estaba especialmente contenta, el día anterior, el médico la había comunicado, que en un par de días la daban el alta y podría abandonar la clínica. Su amigo, se ofreció obsequiosamente a llevarla devuelta a casa.
El corazón le dio un vuelco, el muñeco no estaba por ninguna parte de la habitación. Nadie en el control de planta tenía la menor idea del paradero. Las horas pasaban inexorables y su congoja iba en aumento; buscaba y preguntaba sin ningún éxito. A la noche, la encargada de la lavandería se presentó con él.
-Esta mañana, este travieso muñeco, debió esconderse entre las sábanas y las empleadas de la limpieza se lo llevaron sin darse cuenta- comentó en tono bromista.
-Pero aquí está, te lo traigo de nuevo contigo y como veras bien lavadito- añadió forzando una sonrisa.
Efectivamente, ya no tenía la cara sucia, su piel de trapo blanco, relucía inmaculada. Pero dos borrones ocupaban el lugar de sus alegres ojos, de su sonrisa radiante solo quedaban unos inconexos trazos deslavazados y su pelo ahora desteñido, estaba gris. Un presentimiento la embargó. Instintivamente apretó el muñeco fuertemente contra su pecho ¡no latía! Su corazón de trapo se había parado… Sintió una enorme tristeza, sintió como en ese preciso momento algo dentro de ella, un nexo mágico en el tiempo, se rompía irremediablemente para siempre.
Entre sollozos y abrazada a un corazón de trapo silencioso, el sueño reparador llega en su ayuda y arropándola la lleva consigo.
Ya estaba terminándose el desayuno, cuando por el teléfono móvil recibió la llamada del amigo. Dentro de una hora estaría con ella para recogerla y acompañarla a casa; la dicha de nuevo galopaba desbocada por sus venas. Sentada en el borde de la cama, con la bolsa de sus pertenencias a sus pies y su computadora portátil sobre las rodillas, la encontró el joven. Esta vez, son los besos quienes se cruzan con las miradas.
Tomados de la mano abandonan la estancia. Son dos jóvenes corazones pletóricos de vida, que compartiendo una misma ilusión, caminan cargados de futuro.
En una esquina..., sobre el alfeizar de la ventana doblado sobre si mismo, queda solitario un muñeco y, un viejo corazón de trapo ya en silencio.
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