Últimamente la fantasía está de baja caída. Por lo tanto, tengo que buscarme un rinconcito donde estar, sin nada más que mi poder de imaginación. No era un lugar muy amplio, ni con mucha luz, no nos vayamos a engañar, pero era mi pequeño reino, mi cueva de historias de todo tipo, de esas que se cuentan en las hogueras una noche de acampada.
Allí, en aquel tétrico lugar, estaban mis mascotas, los títeres de mis historias. Yo, les tenía mucho cariño. Con algunos, como la vampira Elizabeth, me reía y emociona. Es lo bueno de la imaginación, nos podemos diseñar nuestro mundo.
Ella, la vampira, se sentó junto a mi lado. Sus colmillos brillaban, eso quería decir que venía con alguna treta para que la consiguiera algo; sabía que era de mis protagonistas favoritas y con ese favoritismo intento jugar conmigo para obtener un beneficio, como un tramposo jugando con un as en la manga, cosa poco rara de una chupasangres. Pero esta vez fue directa, en vez de ir con rodeos como siempre.
-¿Me puedes hacer, imaginar o lo que sea, un amante, un chico…? Tipo Crepúsculo… Joder, todos los vampiros tienen más suerte que yo, siempre tengo que salir por patas, me dan de palos y el chico es un enemigo o nos separamos… Yo quiero esas cursiladas… como tú la llamas…
-Pero tú no eres de ésas… A mí…
-YO, yo, yo… Egocéntrico-Dijo en un tono burlón-. Pero no es cosa tuya… Porfa… Lo que sea… —Dijo, poniendo una cara de cordero degollado.
-Tú eres…
-De tu imaginación. Sí, lo sé…. –Dijo en un tono seco y enfadado.
-Sabes que odio esas cosas. Yo creía que no eras de esas. No te imagine así, y , por tanto, no debieras… serlo.
Me desembaracé de la chupasangre detective y otros papeles secundarios combinados a su peculiar ser. Vi a la “enamorada”. Estaba al lado de un pequeño jardín. Allí, ella olía las flores de ese magnífico Edén de la flora, con lirios, rosas, jazmines y otras flores que decoraban ese oscuro cuartito de mi imaginación. Me acerqué hasta allí y cogí una rosa roja. Hice ademán de dársela, pero ella no la cogió. Y me dijo:
-¿ Me puedes enviar otra vez con el chico ese?
Me resigne, hasta en mi imaginación me rechazaba. A todas las enamoradas les gustaban los rubios teñidos o , en todo caso, en el moreno teñido de rubio y, encima, con pintas de pijodiscotequeros estúpidos y cobardes. Y, sin más, la dije:
-Sí, claro. –La dije en un tono gruñón, como un gruñido de un perro al cual le han lastimado la pata por jugar con él.
Miré hacia atrás. Elisabeth ya venía, otra vez, hacia mí. Unos gnomos… ¿Qué hacían los malditos gnomos? ¿Qué eran esas cosas? ¡Carteles de protesta, joder!. Luego, un gigante portero de una discoteca mágica utópica entre la fantasía bíblica y la ciencia ficción que estaba llorando. Una hada furibunda… ¡¿Una hada furibunda?! ¡Joder! ¡Pero si iba a ser la protagonista de una historia para una niña de unos 11 años!
Fui corriendo hasta la encimera de operaciones, allí era donde creaba mis personajes, al estilo Frankestein. Mis pequeños monstruos. ¿Estaría muerta?
-No está muerta… Es que… tenía sed… y, bueno… -Dijo entrecortada mi amiga sedienta siempre de sangre, la vampira Elisabeth, la cual parecía haberse cargado un buen personaje para una historia.
-¡Elisabeth! Me cago en tu…
-Lo siento… Gafes del oficio, ya sabes, la sed hace que hagamos cosas extrañas, como ver espejismos en el desierto…
Mientras discutíamos, la hada se levantó, como Jesús al tercer día de su muerte. Sedienta de sangre mágica, intentó inútilmente, con sus poderes mágicos, hipnotizarme para chuparme la sangre, y fallido el primer intento, directamente, se lanzó a mi cuello para también fallar. Todas esas cosas no funcionaban, porque yo era el creador de todo eso. Y la dije:
-No puedes, eres producto de mi imaginación, y eres esclava de ella.
-Ja. Tú eres un dios –Dijo Elisabeth-, pero nos podemos rebelar… Imagínate, una buena migraña y hala… No eres omnipotente...
-Mira como lo soy, puedo crear cualquier historia. ¿Por cierto, es una amenaza?
-Vale, vale, morenito morito…
-Vas a ver… Hablando de moros… Vas a hacer hoy una historia… en el desierto…montando… en un camello –buena idea… me dije a mi mismo—.
-Pero…
No pudo hablar, la historia pronto se materializo. Y la historia comenzó.
“Elisabeth iba en un camello por el desierto. Los granos de arena, transportados por el viento, no la dejaban ver. Pero, aún así, espoleaba a su camello. Más y más. No quería parar. Debía seguir. Y gritaba: “Corcel, corre, corre, corre como si fueras el mismo viento del desierto. Debemos llegar hasta Jerusalén”
Sedienta de sangre, abatida como si fuera producto de un poema de Lorca, corrió y corrió en ese camello.”
De pronto la historia se paró. Y Elisabeth me gritó:
-Eh, tú, no seas tan dramático. Los vampiros aguantamos más que los humanos cuando tienen sed…
-Vale, vale.
-Ah… Vamos.
Y la historia prosiguió.
“Elisabeth siguió espoleando a su camello. Cogiendo su cimitarra, robada a un sangriento sarraceno, gritó: “Por la sangre, mi diosa”. Ella continuó espoleando más y más a su camello hasta que tropezaron con un tesoro.
Bajó del camello. La curiosidad la estaba comiendo y su corazón latía intermitentemente. Y, de pronto, corrió hasta el tesoro y se lanzó hacia él como una lagartija a su escondite.”
La historia volvió a quedar estática, como una escena parada de una película.
-Bueno… Qué soy de sangre caliente, pero… compararme con una lagartija… No me gusta esa comparación. ¿Seguimos la historia?
-Sí, sí, claro, vamos…
“Allí, en ese desierto increíble, estaba Elisabeth, ante el tesoro. Escarbo en la arena y encontró una caja dorada. Se preguntó, intrigada por ese pequeño reliquiario, qué habría ahí dentro. Podía ser un genio, con sus tres deseos… ¡o más!, aunque hubiera preferido unas gotitas de sangre. Era así de sencilla. Pero el oro estaría bien. Muy pero que muy bien.
Abrió la caja. Lentamente, sin prisas de ningún tipo, había tiempo de sobra. Y, de esa caja, se encontró con las ocho bolas con sus estrellas características. Las bolas…”
-No me jodas… Esto es de Bola de Dragón. Dragon Ball.
-Sí. ¿algún problema? Anda, tráelas hasta aquí.
-Valeeee…. –Dijo con tono pedante.
De pronto, apareció de un portal. Estaba cargada con las ocho bolas de dragón.
-Vaya imaginación la tuya… -Dijo con sarna.
-Bueno… por lo menos, es la mía.
-Ya… ¿Por lo menos me podías ayudar? ¿No?
-Tú eres…
No era posible. Todos mis personajes me rodeaban y gritaban, excepto Elisabeth. Los gnomos con unos carteles de protesta. El gigante portero de discoteca estaba deprimido por haberse peleado y perdido contra David, el pijodiscotequero, el cual había enamorado a “la enamorada” y, en ese momento, él y la “enamorada” se habían largado juntos. La hada mordiendo a un gremlín. ¡A un gremlín! ¡No! Se tiró a una piscina y salieron un montón de los suyos… ¡Y encima Elisabeth estaba riéndose, mientras dejaba las bolas de dragón!
David salió de los baños con la enamorada. Rodeado de ese horror cercano a un espectáculo circe, me estaba volviendo loco. ¡Loco! No podía más. Estaba harto. Ese esperpento debía acabar. Todos, liderados por el puto David de los cojones, ese judío ególatra, se habían rebelado contra mí. Y grité:
-¡Todos… Si lucháis conmigo, os liberaré! ¡Por mí!
Casi todos se me unieron y , provocando una guerra civil tan imaginaria como todos esos locos, me lancé contra David y todos esos rebeldes, a los cuales dirigía el muy mamón de una manera estúpida. Los gremlins y la hada vampira atacaron por centro, como peones de ajedrez. Mientras, Goliath, el gigante, atacó por el flanco izquierdo, y Elizabeth y yo, mano a mano, luchamos en el lado derecho de ese combate de Fantasía. Al final, los conseguimos vencer. Derrotados estos, me vengué de David matándolo, de mi imaginación, y, a la vez, lanzando un poco de mi ira hacia ese ser imaginario. Me encanta mi imaginación.
Luego, para rematar, engañados mis personajes, encerramos a la mayoría en el tártaro del olvido de mi imaginación con la ayuda, siempre de mi lado, de Elisabeth, Goliath, ya vengado el pobre, y mi ejercito de querubines de la sangre, los Gremlíns, y hadas vampiras. Por fin, me había deshecho de ese esperpento de la cabeza. Y ya pude liberarme de esa tenaza provocada por esos rebeldes anarquistas de mi imaginación, en la cual debe siempre haber orden y no la típica anarquía. Mi cabeza se liberó, y es que mi imaginación era como mi vida, un total increíble esperpento.
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