Érase una tarde más de monótona calma. Érase de fondo el sonido de una televisión repitiendo anuncios comerciales. Érase una cocina donde se escucha el acostumbrado trajín de una madre preparando la cena.Érase una niña con el ceño fruncido sobre la mesa del comedor, dibujando figuras fantásticas con sus lápices de colores Alpino.
De pronto, sintió un leve golpe en el balcón. Levantó la cabeza y apartando del rostro un rebelde mechón castaño, permaneció unos segundos quieta y alerta, después lentamente, se aproximó a la puerta y, curiosa, miró al exterior a través del cristal.Asombrada, vio colgando sobre la barandilla de la balaustrada, a un muñeco de trapo blanco panza arriba, los brazos y las piernas separados del cuerpo. Abrió la puerta de la terraza y sin apartar en un solo momento la mirada, se acercó a él, después, sigilosa, miró hacia arriba comprobando que no había nadie asomado. Quedó espectadora unos minutos que le parecieron una eternidad. Súbitamente lo tomó y, rauda, corrió alborozada apretándolo contra su pecho.Ya en su cuarto, más tranquila, lo separó de sí despacio y, con los brazos extendidos lo contempló con detenimiento. Tenía la cara tiznada, sucia…, pero también tenía en su rostro, pintados con rotulador, unos preciosos ojos pícaros de mirada alegre y, una risueña sonrisa que le pareció entrañable. El pelo de punta, estaba formado por un puñado de cordones de algodón gruesos y negros
-Hola... ¿Cómo te llamas...? ¿De dónde vienes...? ¿Llegaste volando...? ¿No me lo quieres decir...?
Sentándose sobre la cama, aproximó el rostro del muñeco al suyo. Sus ojos esmeraldas brillaron inteligentes a través de los párpados rasgados. Miró fijamente aquellos ojitos risueños que a su vez, la miraban a ella...
-¿Sabes...? no me importa de dónde vengas; Ahora, estás aquí, conmigo ¿Quieres ser mi amigo? Bueno..., es que no tengo muchos... ¿Sí quieres...? ¡bieeen! A partir de ahora yo te cuidaré..., mejor…, nos cuidaremos... ¡Vale! Serás mi amigo, un amigo de trapo muy especial.Tiernamente lo abrazo contra su pecho. Pegó su rostro a la cabeza del muñeco... En ese preciso momento, la niña sorprendida, sintió el latir contento de un corazón de trapo. Y dos corazones felices, se entrelazaron acompasadamente, compartiéndose.
Ella, siempre lo llevaba a todas partes consigo; unas veces abrazado a su cuerpo y otras, cuando iba al colegio, en su mochila junto a los cuadernos, los lapiceros, el sacapuntas y el bocata.
Por las noches lo metía en la cama con ella y, mientras le peinaba los cabellos con sus dedos, le habla de la escuela, de la “profe” y, riéndose, de ese compañero bruto en su clase, que intentaba gastarla bromas pesadas, pero al final, era él quien salía escarmentado.
La madre, no faltaba nunca a la cita con sus besos de buenas noches; uno para ella y otro para su especial amigo. Se quedaba un rato sentada en el borde de la cama, contemplándoles sonriente. No se explicaba qué podía ver su hija en un muñeco tan simplón.
Con la sábana tapándoles la cabeza, la niña narraba cuentos fabulosos, que ella misma se inventaba para cada ocasión. Le relataba apasionadas historias sobre un lugar de mágicos colores y sabores. Allí campean a sus anchas, las princesas gamberrillas, los caballeros sin escudo ni espada. Dragones gruñones voladores sin fuego. Hadas que reparten helados y capones con sus varitas mágicas. Brujillas traviesas que vuelan a lomos de aspiradoras eléctricas. Magas vagas y picaronas. Musas loquillas, que a la carrerilla inspiran cuentos divertidos en los sueños perdidos. Castillos de chocolate sobre nubes de algodón. Montañas de caramelo, paisajes invernarles cubiertos helados de nata con calabaza. Y, del mar… sobre todo del mar y, de las olas que con su continuo vaivén besan juguetonas la playa, dejando maravillosos regalos que traen desde su mundo profundo, llevándose consigo los castillos de arena que los niños les ofrecen. Mientras ella hablaba y hablaba, contándole tales historias, el corazón de trapo del muñeco, gozoso de felicidad, latía cada vez con más intensidad. La niña poco a poco, iba adormeciéndose plácidamente acompañada con ese monótono sonido y el susurro de su propia voz.
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