martes, 26 de julio de 2011
Esto es lo que Siento...
Puedes llorar. Las lágrimas no demuestran ni debilidad ni amargura. La tristeza es un motivo secundario; puedes llorar por muchas razones, pero sonreír por muy pocas.De ahí que las personas prefieran reír a llorar. La primera puede causar la segunda, pero la segunda nunca a la primera. ¿Qué a que viene esto? No hay que ser un genio para darse cuenta de lo puta que es la vida. No; de lo putas que son algunas personas.Me resulta irritante el afán de la gente por machacarte una y otra vez. Su plan obsesivo por perseguirte hasta el límite y aislarte de manera que te sientas vacío y solo. Sumido en una oscuridad tan profunda que te deprima y te culpe a pesar de haber hecho lo que tenías que hacer. Es absurda la dependencia humana a los comentarios relacionados con el ámbito social, con el miedo al que dirán, con el miedo a pensamientos ajenos que no valen una mierda. Joder, estoy cansado de que me duelan las opiniones de personas a las que ni les van ni les vienen ni mis decisiones ni mis actos.Estoy harto de buscarles para dar explicaciones que no se merecen y no quieren escuchar. Por que entra en la naturaleza humana comportarse como una maldita hiena sedienta de algo de lo que reírse con un motivo absurdo y malintencionado. Por que es jodidamente denigrante y abrumador, y aun más vergonzoso, que a pesar de saber que no debe influir ni en tu rutina ni en tu conducta, no puedas evitarlo.Y lo peor, es darse cuenta demasiado tarde.
lunes, 25 de julio de 2011
Érase un corazón de trapo 2º Parte.
Érase ya, los años transcurriendo, generosos o tacaños. A veces raudos, como brillante estrella fugaz, dejando toda una suerte de colores en los corazones. Otras veces lentamente, como nube de invierno enredada entre las ramas del árbol de la vida, envolviéndola con su fría sombra.
Érase una niña que con el pasar del tiempo se fue transformando. Su cuerpo de chiquilla se convirtió en el de una agraciada y pizpireta joven. Siguió conservando la pureza de su infancia; la fantasía imaginativa, su traviesa locura y la sed crónica de nuevos conocimientos. Y siguió conservando por encima de todo, a su querido y especial amigo, el muñeco de trapo.
Con él iba a todos los lugares. No la importaban nada las preguntas de cejudos entrecejos ignorantes, ni los comentarios jocosos y malintencionados. Le pedía a su amigo, que no se preocupase, pues sabía que alimentando tales impertinencias, se encontraba detrás, la perversa bruja Necia Envidia. Para evitarla, tenía un antídoto infalible, basado en extracto de capones que se aplica en toda la cabeza. Con tal remedio, seguro que la mantendría lejos de ellos.
Leía y escribía con pasión y deleite. La encantaba sobre todas las cosas, llenar las hojas de su cuaderno de tapas verdes con sus narraciones y sus poemas. Sensaciones de angustia o felicidad, ideas cabales o descabelladas, historias reales o ficticias; todas iban tomando cuerpo en esas páginas. También le entusiasmaba regalar con sus escritos a todas las personas que tenía a su alrededor. Cualquier ocasión era un buen motivo para ello.
En compañía de su mejor amiga, su confidente y cómplice de aventuras y bromas, los fines de semana paseaban por la playa. Charlaban, discutían, se reían y se emocionaban juntas. Cada una acompañada de su correspondiente y dulce helado. Esa amiga importaba mucho para ella. Siempre la tuvo a su lado. En todo momento podía contar con su generoso cariño y su inquebrantable lealtad. También el muñeco participaba de esos largos paseos. La amiga, algunas veces, lo tomaba con su abrazo. La encantaba sentir los latidos de aquel corazón de trapo. Ella también era especial y podía sentirlos.
Está en el aeropuerto pendiente del control de pasajeros. El viaje la hace mucha ilusión, tiene el aliciente de ser la primera vez que viaja en avión. Nota algo extraño al pasar el escáner, su mochila es retenida. Un responsable del control, saca de ella al muñeco y lo palpa con precaución. Inmediatamente efectúa una llamada por el teléfono interno. Nadie la informaba. Unos minutos más tarde se persona un agente de la guardia civil y tras el saludo protocolario, la pide de forma educada, que le acompañe a un cuarto anexo. Allí, el muñeco, es de nuevo chequeado celosamente con varios artilugios. Angustiada, les pregunta el porqué de todo aquello, pero sigue sin obtener la mínima respuesta. De pronto y sin previo aviso, otro de los agentes con una especie de bisturí, abre de un solo tajo horizontal el pecho del muñeco, a continuación y despacio, retira el relleno de algodón. Están perplejos, ¡dentro no hay nada!
Ofendida, les ruega que la digan de una vez que ocurre. Uno de ellos, por fin, le explica..., se trata de una falsa alarma. La funcionara del escáner detectó, dentro del muñeco, una especie de tic-tac y temieron podía tratarse de una... - ¡Claro que sí..., es el latido de su corazón!- Le grita dolida, sin dejarle terminar y añade: –Si alguien me hubiese preguntado se lo habría dicho, no tiene nada de especial..., solamente es un corazón de trapo- Los dos agentes, se miran entre sí sorprendidos y después cariacontecidos, la devuelven el muñeco despanzurrado pidiéndola excusas.
Llorando, totalmente abatida, abandona la sala corriendo. La mochila colgando de una mano y en la otra, contra su pecho, él, hecho todo un gurruño. A los pocos metros, nota los latidos... Se para un instante, lo mira y después de besarle, grita dichosa: -¡Bieeen, yo te coseré...!
También ella fue abierta y cosida. Ahora reposaba en la impersonal y fría habitación de un hospital, acompañada del olor de las medicinas y del sonido quedo de los lamentos vecinos.
Habían comenzado a llamar a su puerta las molestias físicas un año antes, pero ella no quería saber nada de médicos, la sola idea la espantaba, no guardaba buenos recuerdos de su infancia al respecto. Además, se decía, nunca tenía tiempo para dedicárselo a sí misma. Su cabeza inquieta siempre era un hervidero de ideas y sueños que se materializaban en proyectos inmediatos. Las horas, la llevaban consigo volando sujeta de su mano cómplice, sin darla tregua alguna.
Pero el malestar, poco a poco, terminó ganándole la partida. Se convirtió en lacerante dolor y tuvo que sucumbir a la tiranía salvadora de la cirugía reparadora.
Lo más penoso afortunadamente ya había pasado. En menos de una semana tendría el alta hospitalaria. Trataba mientras, de combatir el hastío de la convalecencia con la lectura de la novela El Jarama, prototipo del “realismo mágico”, al que tan unida se sentía a través de sus propios escritos. Por las mañanas, procuraba también escribir, y plasmar las sensaciones de todo aquello que la rodeaba y especialmente las imágenes que la acompañaban en sus sueños y que al despertar compartía con su especial amigo de trapo.
Vistiendo la horrible bata hospitalaria, sentada sobre la cama y con la espalda apoyada en almohada, estaba inmersa en la escritura tecleando un nuevo relato. Una voz varonil dio los buenos días. Por el rabillo del ojo observó entrar a un enfermero, era la primera vez que lo veía. Levantó la vista del portátil y, le devolvió el saludo, adornado con una breve sonrisa. Pero algo se despertó dentro de ella, algo se le removió..., una sensación nueva y nada desagradable. La escritura se paralizó, las ideas se bloquearon y sus sentidos quedaron alerta.
El joven la estaba tomando la tensión, cuando instintivamente las miradas se cruzaron y unos ojos negros naufragaron sin remedio alguno, en una la inmensa y transparente verde mar. Una mar, que a su vez, sintió cómo el brillo de dos luceros la iluminaban, traspasando el oleaje de sus aguas, hasta ese día bravas...
-Qué estás escribiendo… ¿poemas?- Pregunto el joven de sopetón venciendo su timidez.
-Bueno..., a mí también me gusta escribir versos. Pero me temo que no valen mucho- añadió ruborizado, con una amplia sonrisa.
-Eso… ¿se lo dices a todas...?- Le contestó ella entre divertida y gamberra.
Solamente habían pasado cuatro días, pero era como si se conociesen de siempre. Él la visitaba mañana y tarde; incluso, al terminar su jornada laboral se quedaba haciéndola compañía. Los dos compartían con agrado, los escritos, las risas, las historias y de vez en cuando, también el roce de sus manos. Un roce, que sin ellos apenas darse cuenta, estaba calentando con el calor del cariño, dos almas amigas.
Por la noche como siempre, la sábana tapándoles la cabeza, ella risueña y mientras su dedo recorría la costura, le contaba a su querido muñeco las anécdotas del día y, le hablaba con entusiasmo de su encantador amigo, El muñeco a su vez, le respondía con el latir emocionado de su corazón de trapo.
Regresó a la habitación tras someterse al último chequeo. Estaba especialmente contenta, el día anterior, el médico la había comunicado, que en un par de días la daban el alta y podría abandonar la clínica. Su amigo, se ofreció obsequiosamente a llevarla devuelta a casa.
El corazón le dio un vuelco, el muñeco no estaba por ninguna parte de la habitación. Nadie en el control de planta tenía la menor idea del paradero. Las horas pasaban inexorables y su congoja iba en aumento; buscaba y preguntaba sin ningún éxito. A la noche, la encargada de la lavandería se presentó con él.
-Esta mañana, este travieso muñeco, debió esconderse entre las sábanas y las empleadas de la limpieza se lo llevaron sin darse cuenta- comentó en tono bromista.
-Pero aquí está, te lo traigo de nuevo contigo y como veras bien lavadito- añadió forzando una sonrisa.
Efectivamente, ya no tenía la cara sucia, su piel de trapo blanco, relucía inmaculada. Pero dos borrones ocupaban el lugar de sus alegres ojos, de su sonrisa radiante solo quedaban unos inconexos trazos deslavazados y su pelo ahora desteñido, estaba gris. Un presentimiento la embargó. Instintivamente apretó el muñeco fuertemente contra su pecho ¡no latía! Su corazón de trapo se había parado… Sintió una enorme tristeza, sintió como en ese preciso momento algo dentro de ella, un nexo mágico en el tiempo, se rompía irremediablemente para siempre.
Entre sollozos y abrazada a un corazón de trapo silencioso, el sueño reparador llega en su ayuda y arropándola la lleva consigo.
Ya estaba terminándose el desayuno, cuando por el teléfono móvil recibió la llamada del amigo. Dentro de una hora estaría con ella para recogerla y acompañarla a casa; la dicha de nuevo galopaba desbocada por sus venas. Sentada en el borde de la cama, con la bolsa de sus pertenencias a sus pies y su computadora portátil sobre las rodillas, la encontró el joven. Esta vez, son los besos quienes se cruzan con las miradas.
Tomados de la mano abandonan la estancia. Son dos jóvenes corazones pletóricos de vida, que compartiendo una misma ilusión, caminan cargados de futuro.
En una esquina..., sobre el alfeizar de la ventana doblado sobre si mismo, queda solitario un muñeco y, un viejo corazón de trapo ya en silencio.
Érase una niña que con el pasar del tiempo se fue transformando. Su cuerpo de chiquilla se convirtió en el de una agraciada y pizpireta joven. Siguió conservando la pureza de su infancia; la fantasía imaginativa, su traviesa locura y la sed crónica de nuevos conocimientos. Y siguió conservando por encima de todo, a su querido y especial amigo, el muñeco de trapo.
Con él iba a todos los lugares. No la importaban nada las preguntas de cejudos entrecejos ignorantes, ni los comentarios jocosos y malintencionados. Le pedía a su amigo, que no se preocupase, pues sabía que alimentando tales impertinencias, se encontraba detrás, la perversa bruja Necia Envidia. Para evitarla, tenía un antídoto infalible, basado en extracto de capones que se aplica en toda la cabeza. Con tal remedio, seguro que la mantendría lejos de ellos.
Leía y escribía con pasión y deleite. La encantaba sobre todas las cosas, llenar las hojas de su cuaderno de tapas verdes con sus narraciones y sus poemas. Sensaciones de angustia o felicidad, ideas cabales o descabelladas, historias reales o ficticias; todas iban tomando cuerpo en esas páginas. También le entusiasmaba regalar con sus escritos a todas las personas que tenía a su alrededor. Cualquier ocasión era un buen motivo para ello.
En compañía de su mejor amiga, su confidente y cómplice de aventuras y bromas, los fines de semana paseaban por la playa. Charlaban, discutían, se reían y se emocionaban juntas. Cada una acompañada de su correspondiente y dulce helado. Esa amiga importaba mucho para ella. Siempre la tuvo a su lado. En todo momento podía contar con su generoso cariño y su inquebrantable lealtad. También el muñeco participaba de esos largos paseos. La amiga, algunas veces, lo tomaba con su abrazo. La encantaba sentir los latidos de aquel corazón de trapo. Ella también era especial y podía sentirlos.
Está en el aeropuerto pendiente del control de pasajeros. El viaje la hace mucha ilusión, tiene el aliciente de ser la primera vez que viaja en avión. Nota algo extraño al pasar el escáner, su mochila es retenida. Un responsable del control, saca de ella al muñeco y lo palpa con precaución. Inmediatamente efectúa una llamada por el teléfono interno. Nadie la informaba. Unos minutos más tarde se persona un agente de la guardia civil y tras el saludo protocolario, la pide de forma educada, que le acompañe a un cuarto anexo. Allí, el muñeco, es de nuevo chequeado celosamente con varios artilugios. Angustiada, les pregunta el porqué de todo aquello, pero sigue sin obtener la mínima respuesta. De pronto y sin previo aviso, otro de los agentes con una especie de bisturí, abre de un solo tajo horizontal el pecho del muñeco, a continuación y despacio, retira el relleno de algodón. Están perplejos, ¡dentro no hay nada!
Ofendida, les ruega que la digan de una vez que ocurre. Uno de ellos, por fin, le explica..., se trata de una falsa alarma. La funcionara del escáner detectó, dentro del muñeco, una especie de tic-tac y temieron podía tratarse de una... - ¡Claro que sí..., es el latido de su corazón!- Le grita dolida, sin dejarle terminar y añade: –Si alguien me hubiese preguntado se lo habría dicho, no tiene nada de especial..., solamente es un corazón de trapo- Los dos agentes, se miran entre sí sorprendidos y después cariacontecidos, la devuelven el muñeco despanzurrado pidiéndola excusas.
Llorando, totalmente abatida, abandona la sala corriendo. La mochila colgando de una mano y en la otra, contra su pecho, él, hecho todo un gurruño. A los pocos metros, nota los latidos... Se para un instante, lo mira y después de besarle, grita dichosa: -¡Bieeen, yo te coseré...!
También ella fue abierta y cosida. Ahora reposaba en la impersonal y fría habitación de un hospital, acompañada del olor de las medicinas y del sonido quedo de los lamentos vecinos.
Habían comenzado a llamar a su puerta las molestias físicas un año antes, pero ella no quería saber nada de médicos, la sola idea la espantaba, no guardaba buenos recuerdos de su infancia al respecto. Además, se decía, nunca tenía tiempo para dedicárselo a sí misma. Su cabeza inquieta siempre era un hervidero de ideas y sueños que se materializaban en proyectos inmediatos. Las horas, la llevaban consigo volando sujeta de su mano cómplice, sin darla tregua alguna.
Pero el malestar, poco a poco, terminó ganándole la partida. Se convirtió en lacerante dolor y tuvo que sucumbir a la tiranía salvadora de la cirugía reparadora.
Lo más penoso afortunadamente ya había pasado. En menos de una semana tendría el alta hospitalaria. Trataba mientras, de combatir el hastío de la convalecencia con la lectura de la novela El Jarama, prototipo del “realismo mágico”, al que tan unida se sentía a través de sus propios escritos. Por las mañanas, procuraba también escribir, y plasmar las sensaciones de todo aquello que la rodeaba y especialmente las imágenes que la acompañaban en sus sueños y que al despertar compartía con su especial amigo de trapo.
Vistiendo la horrible bata hospitalaria, sentada sobre la cama y con la espalda apoyada en almohada, estaba inmersa en la escritura tecleando un nuevo relato. Una voz varonil dio los buenos días. Por el rabillo del ojo observó entrar a un enfermero, era la primera vez que lo veía. Levantó la vista del portátil y, le devolvió el saludo, adornado con una breve sonrisa. Pero algo se despertó dentro de ella, algo se le removió..., una sensación nueva y nada desagradable. La escritura se paralizó, las ideas se bloquearon y sus sentidos quedaron alerta.
El joven la estaba tomando la tensión, cuando instintivamente las miradas se cruzaron y unos ojos negros naufragaron sin remedio alguno, en una la inmensa y transparente verde mar. Una mar, que a su vez, sintió cómo el brillo de dos luceros la iluminaban, traspasando el oleaje de sus aguas, hasta ese día bravas...
-Qué estás escribiendo… ¿poemas?- Pregunto el joven de sopetón venciendo su timidez.
-Bueno..., a mí también me gusta escribir versos. Pero me temo que no valen mucho- añadió ruborizado, con una amplia sonrisa.
-Eso… ¿se lo dices a todas...?- Le contestó ella entre divertida y gamberra.
Solamente habían pasado cuatro días, pero era como si se conociesen de siempre. Él la visitaba mañana y tarde; incluso, al terminar su jornada laboral se quedaba haciéndola compañía. Los dos compartían con agrado, los escritos, las risas, las historias y de vez en cuando, también el roce de sus manos. Un roce, que sin ellos apenas darse cuenta, estaba calentando con el calor del cariño, dos almas amigas.
Por la noche como siempre, la sábana tapándoles la cabeza, ella risueña y mientras su dedo recorría la costura, le contaba a su querido muñeco las anécdotas del día y, le hablaba con entusiasmo de su encantador amigo, El muñeco a su vez, le respondía con el latir emocionado de su corazón de trapo.
Regresó a la habitación tras someterse al último chequeo. Estaba especialmente contenta, el día anterior, el médico la había comunicado, que en un par de días la daban el alta y podría abandonar la clínica. Su amigo, se ofreció obsequiosamente a llevarla devuelta a casa.
El corazón le dio un vuelco, el muñeco no estaba por ninguna parte de la habitación. Nadie en el control de planta tenía la menor idea del paradero. Las horas pasaban inexorables y su congoja iba en aumento; buscaba y preguntaba sin ningún éxito. A la noche, la encargada de la lavandería se presentó con él.
-Esta mañana, este travieso muñeco, debió esconderse entre las sábanas y las empleadas de la limpieza se lo llevaron sin darse cuenta- comentó en tono bromista.
-Pero aquí está, te lo traigo de nuevo contigo y como veras bien lavadito- añadió forzando una sonrisa.
Efectivamente, ya no tenía la cara sucia, su piel de trapo blanco, relucía inmaculada. Pero dos borrones ocupaban el lugar de sus alegres ojos, de su sonrisa radiante solo quedaban unos inconexos trazos deslavazados y su pelo ahora desteñido, estaba gris. Un presentimiento la embargó. Instintivamente apretó el muñeco fuertemente contra su pecho ¡no latía! Su corazón de trapo se había parado… Sintió una enorme tristeza, sintió como en ese preciso momento algo dentro de ella, un nexo mágico en el tiempo, se rompía irremediablemente para siempre.
Entre sollozos y abrazada a un corazón de trapo silencioso, el sueño reparador llega en su ayuda y arropándola la lleva consigo.
Ya estaba terminándose el desayuno, cuando por el teléfono móvil recibió la llamada del amigo. Dentro de una hora estaría con ella para recogerla y acompañarla a casa; la dicha de nuevo galopaba desbocada por sus venas. Sentada en el borde de la cama, con la bolsa de sus pertenencias a sus pies y su computadora portátil sobre las rodillas, la encontró el joven. Esta vez, son los besos quienes se cruzan con las miradas.
Tomados de la mano abandonan la estancia. Son dos jóvenes corazones pletóricos de vida, que compartiendo una misma ilusión, caminan cargados de futuro.
En una esquina..., sobre el alfeizar de la ventana doblado sobre si mismo, queda solitario un muñeco y, un viejo corazón de trapo ya en silencio.
jueves, 14 de julio de 2011
Érase un corazón de trapo 1º Parte.
Érase una tarde más de monótona calma. Érase de fondo el sonido de una televisión repitiendo anuncios comerciales. Érase una cocina donde se escucha el acostumbrado trajín de una madre preparando la cena.Érase una niña con el ceño fruncido sobre la mesa del comedor, dibujando figuras fantásticas con sus lápices de colores Alpino.
De pronto, sintió un leve golpe en el balcón. Levantó la cabeza y apartando del rostro un rebelde mechón castaño, permaneció unos segundos quieta y alerta, después lentamente, se aproximó a la puerta y, curiosa, miró al exterior a través del cristal.Asombrada, vio colgando sobre la barandilla de la balaustrada, a un muñeco de trapo blanco panza arriba, los brazos y las piernas separados del cuerpo. Abrió la puerta de la terraza y sin apartar en un solo momento la mirada, se acercó a él, después, sigilosa, miró hacia arriba comprobando que no había nadie asomado. Quedó espectadora unos minutos que le parecieron una eternidad. Súbitamente lo tomó y, rauda, corrió alborozada apretándolo contra su pecho.Ya en su cuarto, más tranquila, lo separó de sí despacio y, con los brazos extendidos lo contempló con detenimiento. Tenía la cara tiznada, sucia…, pero también tenía en su rostro, pintados con rotulador, unos preciosos ojos pícaros de mirada alegre y, una risueña sonrisa que le pareció entrañable. El pelo de punta, estaba formado por un puñado de cordones de algodón gruesos y negros
-Hola... ¿Cómo te llamas...? ¿De dónde vienes...? ¿Llegaste volando...? ¿No me lo quieres decir...?
Sentándose sobre la cama, aproximó el rostro del muñeco al suyo. Sus ojos esmeraldas brillaron inteligentes a través de los párpados rasgados. Miró fijamente aquellos ojitos risueños que a su vez, la miraban a ella...
-¿Sabes...? no me importa de dónde vengas; Ahora, estás aquí, conmigo ¿Quieres ser mi amigo? Bueno..., es que no tengo muchos... ¿Sí quieres...? ¡bieeen! A partir de ahora yo te cuidaré..., mejor…, nos cuidaremos... ¡Vale! Serás mi amigo, un amigo de trapo muy especial.Tiernamente lo abrazo contra su pecho. Pegó su rostro a la cabeza del muñeco... En ese preciso momento, la niña sorprendida, sintió el latir contento de un corazón de trapo. Y dos corazones felices, se entrelazaron acompasadamente, compartiéndose.
Ella, siempre lo llevaba a todas partes consigo; unas veces abrazado a su cuerpo y otras, cuando iba al colegio, en su mochila junto a los cuadernos, los lapiceros, el sacapuntas y el bocata.
Por las noches lo metía en la cama con ella y, mientras le peinaba los cabellos con sus dedos, le habla de la escuela, de la “profe” y, riéndose, de ese compañero bruto en su clase, que intentaba gastarla bromas pesadas, pero al final, era él quien salía escarmentado.
La madre, no faltaba nunca a la cita con sus besos de buenas noches; uno para ella y otro para su especial amigo. Se quedaba un rato sentada en el borde de la cama, contemplándoles sonriente. No se explicaba qué podía ver su hija en un muñeco tan simplón.
Con la sábana tapándoles la cabeza, la niña narraba cuentos fabulosos, que ella misma se inventaba para cada ocasión. Le relataba apasionadas historias sobre un lugar de mágicos colores y sabores. Allí campean a sus anchas, las princesas gamberrillas, los caballeros sin escudo ni espada. Dragones gruñones voladores sin fuego. Hadas que reparten helados y capones con sus varitas mágicas. Brujillas traviesas que vuelan a lomos de aspiradoras eléctricas. Magas vagas y picaronas. Musas loquillas, que a la carrerilla inspiran cuentos divertidos en los sueños perdidos. Castillos de chocolate sobre nubes de algodón. Montañas de caramelo, paisajes invernarles cubiertos helados de nata con calabaza. Y, del mar… sobre todo del mar y, de las olas que con su continuo vaivén besan juguetonas la playa, dejando maravillosos regalos que traen desde su mundo profundo, llevándose consigo los castillos de arena que los niños les ofrecen. Mientras ella hablaba y hablaba, contándole tales historias, el corazón de trapo del muñeco, gozoso de felicidad, latía cada vez con más intensidad. La niña poco a poco, iba adormeciéndose plácidamente acompañada con ese monótono sonido y el susurro de su propia voz.
De pronto, sintió un leve golpe en el balcón. Levantó la cabeza y apartando del rostro un rebelde mechón castaño, permaneció unos segundos quieta y alerta, después lentamente, se aproximó a la puerta y, curiosa, miró al exterior a través del cristal.Asombrada, vio colgando sobre la barandilla de la balaustrada, a un muñeco de trapo blanco panza arriba, los brazos y las piernas separados del cuerpo. Abrió la puerta de la terraza y sin apartar en un solo momento la mirada, se acercó a él, después, sigilosa, miró hacia arriba comprobando que no había nadie asomado. Quedó espectadora unos minutos que le parecieron una eternidad. Súbitamente lo tomó y, rauda, corrió alborozada apretándolo contra su pecho.Ya en su cuarto, más tranquila, lo separó de sí despacio y, con los brazos extendidos lo contempló con detenimiento. Tenía la cara tiznada, sucia…, pero también tenía en su rostro, pintados con rotulador, unos preciosos ojos pícaros de mirada alegre y, una risueña sonrisa que le pareció entrañable. El pelo de punta, estaba formado por un puñado de cordones de algodón gruesos y negros
-Hola... ¿Cómo te llamas...? ¿De dónde vienes...? ¿Llegaste volando...? ¿No me lo quieres decir...?
Sentándose sobre la cama, aproximó el rostro del muñeco al suyo. Sus ojos esmeraldas brillaron inteligentes a través de los párpados rasgados. Miró fijamente aquellos ojitos risueños que a su vez, la miraban a ella...
-¿Sabes...? no me importa de dónde vengas; Ahora, estás aquí, conmigo ¿Quieres ser mi amigo? Bueno..., es que no tengo muchos... ¿Sí quieres...? ¡bieeen! A partir de ahora yo te cuidaré..., mejor…, nos cuidaremos... ¡Vale! Serás mi amigo, un amigo de trapo muy especial.Tiernamente lo abrazo contra su pecho. Pegó su rostro a la cabeza del muñeco... En ese preciso momento, la niña sorprendida, sintió el latir contento de un corazón de trapo. Y dos corazones felices, se entrelazaron acompasadamente, compartiéndose.
Ella, siempre lo llevaba a todas partes consigo; unas veces abrazado a su cuerpo y otras, cuando iba al colegio, en su mochila junto a los cuadernos, los lapiceros, el sacapuntas y el bocata.
Por las noches lo metía en la cama con ella y, mientras le peinaba los cabellos con sus dedos, le habla de la escuela, de la “profe” y, riéndose, de ese compañero bruto en su clase, que intentaba gastarla bromas pesadas, pero al final, era él quien salía escarmentado.
La madre, no faltaba nunca a la cita con sus besos de buenas noches; uno para ella y otro para su especial amigo. Se quedaba un rato sentada en el borde de la cama, contemplándoles sonriente. No se explicaba qué podía ver su hija en un muñeco tan simplón.
Con la sábana tapándoles la cabeza, la niña narraba cuentos fabulosos, que ella misma se inventaba para cada ocasión. Le relataba apasionadas historias sobre un lugar de mágicos colores y sabores. Allí campean a sus anchas, las princesas gamberrillas, los caballeros sin escudo ni espada. Dragones gruñones voladores sin fuego. Hadas que reparten helados y capones con sus varitas mágicas. Brujillas traviesas que vuelan a lomos de aspiradoras eléctricas. Magas vagas y picaronas. Musas loquillas, que a la carrerilla inspiran cuentos divertidos en los sueños perdidos. Castillos de chocolate sobre nubes de algodón. Montañas de caramelo, paisajes invernarles cubiertos helados de nata con calabaza. Y, del mar… sobre todo del mar y, de las olas que con su continuo vaivén besan juguetonas la playa, dejando maravillosos regalos que traen desde su mundo profundo, llevándose consigo los castillos de arena que los niños les ofrecen. Mientras ella hablaba y hablaba, contándole tales historias, el corazón de trapo del muñeco, gozoso de felicidad, latía cada vez con más intensidad. La niña poco a poco, iba adormeciéndose plácidamente acompañada con ese monótono sonido y el susurro de su propia voz.
miércoles, 13 de julio de 2011
Esperpento Fantástico...
Últimamente la fantasía está de baja caída. Por lo tanto, tengo que buscarme un rinconcito donde estar, sin nada más que mi poder de imaginación. No era un lugar muy amplio, ni con mucha luz, no nos vayamos a engañar, pero era mi pequeño reino, mi cueva de historias de todo tipo, de esas que se cuentan en las hogueras una noche de acampada.
Allí, en aquel tétrico lugar, estaban mis mascotas, los títeres de mis historias. Yo, les tenía mucho cariño. Con algunos, como la vampira Elizabeth, me reía y emociona. Es lo bueno de la imaginación, nos podemos diseñar nuestro mundo.
Ella, la vampira, se sentó junto a mi lado. Sus colmillos brillaban, eso quería decir que venía con alguna treta para que la consiguiera algo; sabía que era de mis protagonistas favoritas y con ese favoritismo intento jugar conmigo para obtener un beneficio, como un tramposo jugando con un as en la manga, cosa poco rara de una chupasangres. Pero esta vez fue directa, en vez de ir con rodeos como siempre.
-¿Me puedes hacer, imaginar o lo que sea, un amante, un chico…? Tipo Crepúsculo… Joder, todos los vampiros tienen más suerte que yo, siempre tengo que salir por patas, me dan de palos y el chico es un enemigo o nos separamos… Yo quiero esas cursiladas… como tú la llamas…
-Pero tú no eres de ésas… A mí…
-YO, yo, yo… Egocéntrico-Dijo en un tono burlón-. Pero no es cosa tuya… Porfa… Lo que sea… —Dijo, poniendo una cara de cordero degollado.
-Tú eres…
-De tu imaginación. Sí, lo sé…. –Dijo en un tono seco y enfadado.
-Sabes que odio esas cosas. Yo creía que no eras de esas. No te imagine así, y , por tanto, no debieras… serlo.
Me desembaracé de la chupasangre detective y otros papeles secundarios combinados a su peculiar ser. Vi a la “enamorada”. Estaba al lado de un pequeño jardín. Allí, ella olía las flores de ese magnífico Edén de la flora, con lirios, rosas, jazmines y otras flores que decoraban ese oscuro cuartito de mi imaginación. Me acerqué hasta allí y cogí una rosa roja. Hice ademán de dársela, pero ella no la cogió. Y me dijo:
-¿ Me puedes enviar otra vez con el chico ese?
Me resigne, hasta en mi imaginación me rechazaba. A todas las enamoradas les gustaban los rubios teñidos o , en todo caso, en el moreno teñido de rubio y, encima, con pintas de pijodiscotequeros estúpidos y cobardes. Y, sin más, la dije:
-Sí, claro. –La dije en un tono gruñón, como un gruñido de un perro al cual le han lastimado la pata por jugar con él.
Miré hacia atrás. Elisabeth ya venía, otra vez, hacia mí. Unos gnomos… ¿Qué hacían los malditos gnomos? ¿Qué eran esas cosas? ¡Carteles de protesta, joder!. Luego, un gigante portero de una discoteca mágica utópica entre la fantasía bíblica y la ciencia ficción que estaba llorando. Una hada furibunda… ¡¿Una hada furibunda?! ¡Joder! ¡Pero si iba a ser la protagonista de una historia para una niña de unos 11 años!
Fui corriendo hasta la encimera de operaciones, allí era donde creaba mis personajes, al estilo Frankestein. Mis pequeños monstruos. ¿Estaría muerta?
-No está muerta… Es que… tenía sed… y, bueno… -Dijo entrecortada mi amiga sedienta siempre de sangre, la vampira Elisabeth, la cual parecía haberse cargado un buen personaje para una historia.
-¡Elisabeth! Me cago en tu…
-Lo siento… Gafes del oficio, ya sabes, la sed hace que hagamos cosas extrañas, como ver espejismos en el desierto…
Mientras discutíamos, la hada se levantó, como Jesús al tercer día de su muerte. Sedienta de sangre mágica, intentó inútilmente, con sus poderes mágicos, hipnotizarme para chuparme la sangre, y fallido el primer intento, directamente, se lanzó a mi cuello para también fallar. Todas esas cosas no funcionaban, porque yo era el creador de todo eso. Y la dije:
-No puedes, eres producto de mi imaginación, y eres esclava de ella.
-Ja. Tú eres un dios –Dijo Elisabeth-, pero nos podemos rebelar… Imagínate, una buena migraña y hala… No eres omnipotente...
-Mira como lo soy, puedo crear cualquier historia. ¿Por cierto, es una amenaza?
-Vale, vale, morenito morito…
-Vas a ver… Hablando de moros… Vas a hacer hoy una historia… en el desierto…montando… en un camello –buena idea… me dije a mi mismo—.
-Pero…
No pudo hablar, la historia pronto se materializo. Y la historia comenzó.
“Elisabeth iba en un camello por el desierto. Los granos de arena, transportados por el viento, no la dejaban ver. Pero, aún así, espoleaba a su camello. Más y más. No quería parar. Debía seguir. Y gritaba: “Corcel, corre, corre, corre como si fueras el mismo viento del desierto. Debemos llegar hasta Jerusalén”
Sedienta de sangre, abatida como si fuera producto de un poema de Lorca, corrió y corrió en ese camello.”
De pronto la historia se paró. Y Elisabeth me gritó:
-Eh, tú, no seas tan dramático. Los vampiros aguantamos más que los humanos cuando tienen sed…
-Vale, vale.
-Ah… Vamos.
Y la historia prosiguió.
“Elisabeth siguió espoleando a su camello. Cogiendo su cimitarra, robada a un sangriento sarraceno, gritó: “Por la sangre, mi diosa”. Ella continuó espoleando más y más a su camello hasta que tropezaron con un tesoro.
Bajó del camello. La curiosidad la estaba comiendo y su corazón latía intermitentemente. Y, de pronto, corrió hasta el tesoro y se lanzó hacia él como una lagartija a su escondite.”
La historia volvió a quedar estática, como una escena parada de una película.
-Bueno… Qué soy de sangre caliente, pero… compararme con una lagartija… No me gusta esa comparación. ¿Seguimos la historia?
-Sí, sí, claro, vamos…
“Allí, en ese desierto increíble, estaba Elisabeth, ante el tesoro. Escarbo en la arena y encontró una caja dorada. Se preguntó, intrigada por ese pequeño reliquiario, qué habría ahí dentro. Podía ser un genio, con sus tres deseos… ¡o más!, aunque hubiera preferido unas gotitas de sangre. Era así de sencilla. Pero el oro estaría bien. Muy pero que muy bien.
Abrió la caja. Lentamente, sin prisas de ningún tipo, había tiempo de sobra. Y, de esa caja, se encontró con las ocho bolas con sus estrellas características. Las bolas…”
-No me jodas… Esto es de Bola de Dragón. Dragon Ball.
-Sí. ¿algún problema? Anda, tráelas hasta aquí.
-Valeeee…. –Dijo con tono pedante.
De pronto, apareció de un portal. Estaba cargada con las ocho bolas de dragón.
-Vaya imaginación la tuya… -Dijo con sarna.
-Bueno… por lo menos, es la mía.
-Ya… ¿Por lo menos me podías ayudar? ¿No?
-Tú eres…
No era posible. Todos mis personajes me rodeaban y gritaban, excepto Elisabeth. Los gnomos con unos carteles de protesta. El gigante portero de discoteca estaba deprimido por haberse peleado y perdido contra David, el pijodiscotequero, el cual había enamorado a “la enamorada” y, en ese momento, él y la “enamorada” se habían largado juntos. La hada mordiendo a un gremlín. ¡A un gremlín! ¡No! Se tiró a una piscina y salieron un montón de los suyos… ¡Y encima Elisabeth estaba riéndose, mientras dejaba las bolas de dragón!
David salió de los baños con la enamorada. Rodeado de ese horror cercano a un espectáculo circe, me estaba volviendo loco. ¡Loco! No podía más. Estaba harto. Ese esperpento debía acabar. Todos, liderados por el puto David de los cojones, ese judío ególatra, se habían rebelado contra mí. Y grité:
-¡Todos… Si lucháis conmigo, os liberaré! ¡Por mí!
Casi todos se me unieron y , provocando una guerra civil tan imaginaria como todos esos locos, me lancé contra David y todos esos rebeldes, a los cuales dirigía el muy mamón de una manera estúpida. Los gremlins y la hada vampira atacaron por centro, como peones de ajedrez. Mientras, Goliath, el gigante, atacó por el flanco izquierdo, y Elizabeth y yo, mano a mano, luchamos en el lado derecho de ese combate de Fantasía. Al final, los conseguimos vencer. Derrotados estos, me vengué de David matándolo, de mi imaginación, y, a la vez, lanzando un poco de mi ira hacia ese ser imaginario. Me encanta mi imaginación.
Luego, para rematar, engañados mis personajes, encerramos a la mayoría en el tártaro del olvido de mi imaginación con la ayuda, siempre de mi lado, de Elisabeth, Goliath, ya vengado el pobre, y mi ejercito de querubines de la sangre, los Gremlíns, y hadas vampiras. Por fin, me había deshecho de ese esperpento de la cabeza. Y ya pude liberarme de esa tenaza provocada por esos rebeldes anarquistas de mi imaginación, en la cual debe siempre haber orden y no la típica anarquía. Mi cabeza se liberó, y es que mi imaginación era como mi vida, un total increíble esperpento.
Allí, en aquel tétrico lugar, estaban mis mascotas, los títeres de mis historias. Yo, les tenía mucho cariño. Con algunos, como la vampira Elizabeth, me reía y emociona. Es lo bueno de la imaginación, nos podemos diseñar nuestro mundo.
Ella, la vampira, se sentó junto a mi lado. Sus colmillos brillaban, eso quería decir que venía con alguna treta para que la consiguiera algo; sabía que era de mis protagonistas favoritas y con ese favoritismo intento jugar conmigo para obtener un beneficio, como un tramposo jugando con un as en la manga, cosa poco rara de una chupasangres. Pero esta vez fue directa, en vez de ir con rodeos como siempre.
-¿Me puedes hacer, imaginar o lo que sea, un amante, un chico…? Tipo Crepúsculo… Joder, todos los vampiros tienen más suerte que yo, siempre tengo que salir por patas, me dan de palos y el chico es un enemigo o nos separamos… Yo quiero esas cursiladas… como tú la llamas…
-Pero tú no eres de ésas… A mí…
-YO, yo, yo… Egocéntrico-Dijo en un tono burlón-. Pero no es cosa tuya… Porfa… Lo que sea… —Dijo, poniendo una cara de cordero degollado.
-Tú eres…
-De tu imaginación. Sí, lo sé…. –Dijo en un tono seco y enfadado.
-Sabes que odio esas cosas. Yo creía que no eras de esas. No te imagine así, y , por tanto, no debieras… serlo.
Me desembaracé de la chupasangre detective y otros papeles secundarios combinados a su peculiar ser. Vi a la “enamorada”. Estaba al lado de un pequeño jardín. Allí, ella olía las flores de ese magnífico Edén de la flora, con lirios, rosas, jazmines y otras flores que decoraban ese oscuro cuartito de mi imaginación. Me acerqué hasta allí y cogí una rosa roja. Hice ademán de dársela, pero ella no la cogió. Y me dijo:
-¿ Me puedes enviar otra vez con el chico ese?
Me resigne, hasta en mi imaginación me rechazaba. A todas las enamoradas les gustaban los rubios teñidos o , en todo caso, en el moreno teñido de rubio y, encima, con pintas de pijodiscotequeros estúpidos y cobardes. Y, sin más, la dije:
-Sí, claro. –La dije en un tono gruñón, como un gruñido de un perro al cual le han lastimado la pata por jugar con él.
Miré hacia atrás. Elisabeth ya venía, otra vez, hacia mí. Unos gnomos… ¿Qué hacían los malditos gnomos? ¿Qué eran esas cosas? ¡Carteles de protesta, joder!. Luego, un gigante portero de una discoteca mágica utópica entre la fantasía bíblica y la ciencia ficción que estaba llorando. Una hada furibunda… ¡¿Una hada furibunda?! ¡Joder! ¡Pero si iba a ser la protagonista de una historia para una niña de unos 11 años!
Fui corriendo hasta la encimera de operaciones, allí era donde creaba mis personajes, al estilo Frankestein. Mis pequeños monstruos. ¿Estaría muerta?
-No está muerta… Es que… tenía sed… y, bueno… -Dijo entrecortada mi amiga sedienta siempre de sangre, la vampira Elisabeth, la cual parecía haberse cargado un buen personaje para una historia.
-¡Elisabeth! Me cago en tu…
-Lo siento… Gafes del oficio, ya sabes, la sed hace que hagamos cosas extrañas, como ver espejismos en el desierto…
Mientras discutíamos, la hada se levantó, como Jesús al tercer día de su muerte. Sedienta de sangre mágica, intentó inútilmente, con sus poderes mágicos, hipnotizarme para chuparme la sangre, y fallido el primer intento, directamente, se lanzó a mi cuello para también fallar. Todas esas cosas no funcionaban, porque yo era el creador de todo eso. Y la dije:
-No puedes, eres producto de mi imaginación, y eres esclava de ella.
-Ja. Tú eres un dios –Dijo Elisabeth-, pero nos podemos rebelar… Imagínate, una buena migraña y hala… No eres omnipotente...
-Mira como lo soy, puedo crear cualquier historia. ¿Por cierto, es una amenaza?
-Vale, vale, morenito morito…
-Vas a ver… Hablando de moros… Vas a hacer hoy una historia… en el desierto…montando… en un camello –buena idea… me dije a mi mismo—.
-Pero…
No pudo hablar, la historia pronto se materializo. Y la historia comenzó.
“Elisabeth iba en un camello por el desierto. Los granos de arena, transportados por el viento, no la dejaban ver. Pero, aún así, espoleaba a su camello. Más y más. No quería parar. Debía seguir. Y gritaba: “Corcel, corre, corre, corre como si fueras el mismo viento del desierto. Debemos llegar hasta Jerusalén”
Sedienta de sangre, abatida como si fuera producto de un poema de Lorca, corrió y corrió en ese camello.”
De pronto la historia se paró. Y Elisabeth me gritó:
-Eh, tú, no seas tan dramático. Los vampiros aguantamos más que los humanos cuando tienen sed…
-Vale, vale.
-Ah… Vamos.
Y la historia prosiguió.
“Elisabeth siguió espoleando a su camello. Cogiendo su cimitarra, robada a un sangriento sarraceno, gritó: “Por la sangre, mi diosa”. Ella continuó espoleando más y más a su camello hasta que tropezaron con un tesoro.
Bajó del camello. La curiosidad la estaba comiendo y su corazón latía intermitentemente. Y, de pronto, corrió hasta el tesoro y se lanzó hacia él como una lagartija a su escondite.”
La historia volvió a quedar estática, como una escena parada de una película.
-Bueno… Qué soy de sangre caliente, pero… compararme con una lagartija… No me gusta esa comparación. ¿Seguimos la historia?
-Sí, sí, claro, vamos…
“Allí, en ese desierto increíble, estaba Elisabeth, ante el tesoro. Escarbo en la arena y encontró una caja dorada. Se preguntó, intrigada por ese pequeño reliquiario, qué habría ahí dentro. Podía ser un genio, con sus tres deseos… ¡o más!, aunque hubiera preferido unas gotitas de sangre. Era así de sencilla. Pero el oro estaría bien. Muy pero que muy bien.
Abrió la caja. Lentamente, sin prisas de ningún tipo, había tiempo de sobra. Y, de esa caja, se encontró con las ocho bolas con sus estrellas características. Las bolas…”
-No me jodas… Esto es de Bola de Dragón. Dragon Ball.
-Sí. ¿algún problema? Anda, tráelas hasta aquí.
-Valeeee…. –Dijo con tono pedante.
De pronto, apareció de un portal. Estaba cargada con las ocho bolas de dragón.
-Vaya imaginación la tuya… -Dijo con sarna.
-Bueno… por lo menos, es la mía.
-Ya… ¿Por lo menos me podías ayudar? ¿No?
-Tú eres…
No era posible. Todos mis personajes me rodeaban y gritaban, excepto Elisabeth. Los gnomos con unos carteles de protesta. El gigante portero de discoteca estaba deprimido por haberse peleado y perdido contra David, el pijodiscotequero, el cual había enamorado a “la enamorada” y, en ese momento, él y la “enamorada” se habían largado juntos. La hada mordiendo a un gremlín. ¡A un gremlín! ¡No! Se tiró a una piscina y salieron un montón de los suyos… ¡Y encima Elisabeth estaba riéndose, mientras dejaba las bolas de dragón!
David salió de los baños con la enamorada. Rodeado de ese horror cercano a un espectáculo circe, me estaba volviendo loco. ¡Loco! No podía más. Estaba harto. Ese esperpento debía acabar. Todos, liderados por el puto David de los cojones, ese judío ególatra, se habían rebelado contra mí. Y grité:
-¡Todos… Si lucháis conmigo, os liberaré! ¡Por mí!
Casi todos se me unieron y , provocando una guerra civil tan imaginaria como todos esos locos, me lancé contra David y todos esos rebeldes, a los cuales dirigía el muy mamón de una manera estúpida. Los gremlins y la hada vampira atacaron por centro, como peones de ajedrez. Mientras, Goliath, el gigante, atacó por el flanco izquierdo, y Elizabeth y yo, mano a mano, luchamos en el lado derecho de ese combate de Fantasía. Al final, los conseguimos vencer. Derrotados estos, me vengué de David matándolo, de mi imaginación, y, a la vez, lanzando un poco de mi ira hacia ese ser imaginario. Me encanta mi imaginación.
Luego, para rematar, engañados mis personajes, encerramos a la mayoría en el tártaro del olvido de mi imaginación con la ayuda, siempre de mi lado, de Elisabeth, Goliath, ya vengado el pobre, y mi ejercito de querubines de la sangre, los Gremlíns, y hadas vampiras. Por fin, me había deshecho de ese esperpento de la cabeza. Y ya pude liberarme de esa tenaza provocada por esos rebeldes anarquistas de mi imaginación, en la cual debe siempre haber orden y no la típica anarquía. Mi cabeza se liberó, y es que mi imaginación era como mi vida, un total increíble esperpento.
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